San Mateo 15, 29-37:
Los amigos de Jesús
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

Isaías 25,6-10a; Sal 22, 1-3a. 3b-4. 5. 6; Mateo 15, 29-37

Cada día aprecio más a los amigos, y me doy cuenta que son difíciles de encontrar. Amiguetes, coleguillas, feligreses o aprovechados es fácil tenerlos. A los amigos se les descubre en los momentos difíciles y en los momentos en que uno no tiene nada que dar. Siempre los vemos menos de lo que desearíamos (la vida nos llena de obligaciones), pero cuando quedamos para vernos no hay obligación que nos lo pueda impedir. Pocas cosas son más triste que un hombre sin amigos. Siempre digo que los Obispos son los primeros que deberían cuidar mucho a sus amigos, pero igual les pasa a los hombres de negocios, a los políticos y a la vecina del tercero. Con los amigos somos como somos, ni mejores ni peores. Dejamos de ser importantes o de ser unos fracasados para ser simplemente amigos. Yo tengo la suerte de tener un buen puñado de amigos, y tal vez por eso me sientan peor los pelotas, aprovechados y falsos, y me dan pena los que al final están solos, por muy importantes que sean.

“En aquel tiempo, Jesús, bordeando el lago de Galilea, subió al monte y se sentó en él. Acudió a él mucha gente llevando tullidos, ciegos, lisiados, sordomudos y muchos otros; los echaban a sus pies, y él los curaba.” No deja de resultarme curioso, cuando leo el Evangelio, que tanta gente se acerca a Jesús, pero se le conocen pocos amigos. “Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando.” Tal vez a nosotros nos pase como a los personajes del Evangelio de hoy. Llevamos a Jesús nuestros problemas, nuestras cojeras y cegueras, y una vez que nos ha curado nos olvidamos de Él. Si, nos queda un recuerdo, un agradecimiento muchas veces vacío, pero no hemos conseguido ser amigos de Jesús. Incluso, puede que curada nuestra enfermedad nos haga un ruidillo el estómago y nos ponemos a pensar en el hambre que tenemos, y no nos preocupe si Jesús también tiene hambre.

Estamos en Adviento. Diremos muchas veces “Ven, Señor Jesús.” Pero si somos sus amigos nos tiene que preocupar qué va a encontrar cuando venga, cómo nos encontrará. Podemos caer en la trampa de pensar que Jesús tiene que hacerlo todo, “para eso es Dios,” y no darnos cuenta que la amistad es cosa de dos. Puede parecer cursi el pensar que tenemos que estar “pendientes” de Dios, pero creo que es así. Un ejemplo tonto: Ahora fabrican unas luces eléctricas que imitan casi a la perfección la vela que luce al lado del Sagrario. No se agotan y además no echan humo, no ensucian el techo y gastan muy poco. Sin embargo a mi me gusta tener velas “de verdad.” Esas velas manchan, se acaban pronto, a veces queman el plástico que tienen alrededor y huele mal. Pero cada vez que paso por el Sagrario miro la vela, tengo que procurar que siempre esté encendida, calcular cuánto tiempo queda para que se agote, cuidar que tenga una llama que se vea, … en el fondo: cuidarla. Y eso me recuerda que tengo que cuidar mi relación con Dios: Cómo rezo, cuanto, las jaculatorias que digo, la velocidad a la que celebro, las veces que me despisto, hace cuanto que no me confieso, cómo trato a los pobres, enfermos, feligreses, etc.

Si nuestra amistad con Dios se queda en un “ya rezo,” eso es muy poca amistad. En nuestra relación con Dios tendremos días buenos, malos, cansados, sucios, luminosos, … como la vela del Sagrario, pero estaremos siempre junto a Él.

La Virgen, mañana por la noche celebraremos la Vigilia de su fiesta, no dejaría de estar pendiente de Jesús. Nosotros no podemos permitirnos el lujo de que Dios cuide de nosotros, también tendremos que “cuidar” de Él. A ver si en estos días, antes de la Navidad, se nos ocurre cómo.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid