San Mateo 7, 21. 24-27:
Que guapo estás calladito

Autor: Arquidiócesis  de Madrid

Isaías 26, 1-6; Sal 117, 1 y 8-9. 19-21. 25-27a ; Mateo 7, 21. 24-27

El otro día era testigo de una conversación telefónica. Al interlocutor le daban una mala noticia. No era referente a ninguna muerte ni ninguna tragedia de alguna persona. Pero por lo que lleva luchando estos últimos años, sacar adelante el encargo que había recibido, encontraba un nuevo obstáculo. Poco a poco se iba caldeando el ambiente de la conversación telefónica y, a la par, otro de los afectados que estaba presente iba pasando a estado de ebullición. Parecía que los desvelos, insomnios y trabajos de estos últimos años sufrían un retraso más por problemas burocráticos. Cuando estás haciendo algo por los demás, algo que te han encargado y no te reporta ningún beneficio personal, y encima los que te lo encargan te ponen trabas, dan ganas de “tirar la toalla” y dejar que otros se encarguen de esas cosas. Un poco después de la conversación –al haber sentido cristiano-, regresó la calma (al menos en el cincuenta por ciento de los afectados), y a darle vueltas a la imaginación de cómo afrontar estos nuevos obstáculos.

“Su ánimo está firme y mantiene la paz, porque confía en ti. Confiad siempre en el Señor, porque el Señor es la Roca perpetua.” Mantener la paz, tener el ánimo firme, hay veces que no es nada sencillo. Alguna vez he hablado ya en estos comentarios de las pre-ocupaciones que nos quitan la paz. Nos ocupamos tanto de lo previsible que nos olvidamos del presente y dejamos de mirar el futuro. Ayer hablábamos de los amigos de Dios y hoy se nos recuerda “No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo.” Los amigos de Dios no son los que tienen todo el día su nombre en la boca. Son aquellos que edificaron su casa sobre roca. Ante las dificultades, trabas y obstáculos de su vida se vuelven hacia el Señor. Por supuesto también ante las alegrías y esperanzas. Mantener la paz es saber que no abandonamos al Señor, pase lo que pase. Los planes, proyectos, propósitos e iniciativas pueden venirse abajo. Pueden ponernos cuarenta zancadillas o partirnos la cara, pero no pueden alejarnos del Señor.

La paz no consiste en la impasibilidad. Cuando las cosas nos van mal es normal que nos enfademos, que nos pongamos como leones enjaulados, buscando una salida. Pero eso no puede marcar nuestra vida. Cuando pierdo la paz y doy tres vueltas por el pasillo reconcomiéndome en mi enfado, acabo bajando al Sagrario (ventajas de vivir en una parroquia), y lo veo allí, como esperándome, como diciéndote al corazón “aunque tu padre y tu madre te abandonen, Yo no te abandonaré.” Entonces dejas de resignarte a tu mala suerte (que es lo que suele llevar al desasosiego), y  buscas nuevas iniciativas, ánimos y derrochas imaginación para afrontar la nueva situación.

Si no existiera el Sagrario, si no estuviera asentado –aunque a veces me parezca que de forma tan débil-, sobre el Señor, hace tiempo que habría abandonado la lucha y me hubiera convertido en un vividor. Y junto con los “problemas” hubiera abandonado la alegría.

“Mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de los hombres, mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de los jefes.” ¡Cuánta  razón tienen los salmos! ¿Dónde buscó amparo la Virgen ante la noticia de la Encarnación? Hizo del Señor su refugio. En este tiempo de Adviento tenemos que revisar nuestros cimientos.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid