San Lucas 1, 26-38:
El final es el comienzo

Autor: Arquidiócesis  de Madrid

Génesis 3, 9-15. 20; Sal 97, 1. 2-3ab. 3c-4; Efesios 1, 3-6. 11-12; Lucas 1, 26-38

Anteayer fuimos con la parroquia a ver el Belén de los Dominicos de Ocaña. Aunque alguno se esperaba otra cosa gustó a la mayoría. El comienzo del relato que termina en el nacimiento de Cristo es la resurrección. No dejó de llamarme la atención que el comienzo fuese el “final” de la historia, pero es que sin la resurrección no tendría sentido nada, pero con la resurrección todo cobra un nuevo sentido, se vuelve significativo y ayuda a entender la historia que, hasta entonces, podría parecer incomprensible.

“En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María.” Hoy la Iglesia celebra gozosa la concepción de esa virgen y la reconoce como inmaculada. Si Cristo no hubiera resucitado y nos hubiera redimido del pecado y de la muerte sería absurdo el preguntarse sobre el origen de la Virgen. Pero a la luz de la resurrección es normal que la Iglesia se pregunte sobre la madre del Salvador y reconozca el ella a la nueva Eva y, el final vuelve a ser el comienzo. María es el final del Antiguo Testamento y abre las puertas de sus entrañas para la realización plena de las promesas de Dios.

“Después que Adán comió del árbol, el Señor llamó al hombre: -«¿Dónde estás?» Él contestó: -«Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo y me escondí.»” Si a alguno nos preguntan sobre este relato diríamos que está al comienzo de la Biblia. Efectivamente está en las primeras páginas, en el capítulo 3 del Génesis. Pero podríamos decir que es un final. Los dos primeros capítulos del Génesis nos muestran a Dios creador y su relación de amistad y cercanía con el hombre, y esa historia se rompe con el pecado. Pone punto final a una relación que no podrá retomarse si no por Cristo, porque Dios tome la iniciativa. Y la Inmaculada Concepción de María es el final de la historia del dominio del pecado sobre el hombre, y vuelve a su primera relación con Dios. Así el final del Antiguo Testamento vuelve a su principio.

“Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor.” Y eligió a María de manera peculiar, por los méritos de Cristo la preservó del pecado desde la concepción. En Adviento esperamos la segunda venida del Señor resucitado. Podríamos esperar como si Cristo no hubiera resucitado, dominados por el pecado y como hijos de la primera Eva. Pero desde los pies de la cruz hemos sido hechos hijos de María. Desde nuestro bautismo hemos sido regenerados. El comienzo de nuestra vida de cristianos es el final de nuestra antigua condición y renacemos como hijos de Dios, “por pura iniciativa suya.” Por eso la espera del Adviento no es la espera de Adán, que inquieto esperaba que el momento de oír la voz de Dios. La nuestra es la espera de María que está ansiosa de reunirse con su Hijo, y de reunirnos a nosotros con Él. Es una espera alegre y dichosa, donde no hay lugar para el miedo o la inquietud.

La Inmaculada Concepción de María es una especie de grito que nos dice: “Recuerda quién eres” y nos llena de alegría. En la fiesta de hoy toda la Iglesia se alegra y decimos “hágase en mi según tu palabra,” pues sabemos que Dios cumple siempre sus promesas y superan todas nuestras esperanzas.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid