San Lucas 3, 1-6:
Juan Bautista de nuevo

Autor: Arquidiócesis  de Madrid

Baruc 5, 1-9; Sal 125, 1-2ab. 2cd-3. 4-5. 6; Filipenses 1, 4-6. 8-11; Lucas 3, 1-6

Juan Bautista es el precursor. Dios le otorgó un papel singular en la preparación de la venida de Cristo. Su misión era disponer un pueblo bien dispuesto. Las palabras que hoy le escuchamos, resonancia de la profecía de Baruc, contienen una llamada a la penitencia. Disponerse a recibir a Cristo conlleva un cambio interior. Es cierto que el bautismo de Juan era dispositivo y no contenía la eficacia del Espíritu Santo. Pero indicaba un deseo real de cambiar. Era un bautismo de conversión.

Si leemos el Evangelio a la luz de la primera lectura, observamos que la penitencia no está reñida con la alegría. Por eso Baruc exhortaba a que Jerusalén estuviera alegre y se vistiera de gala, porque su salvación estaba a las puertas. Siempre me ha impresionado esa alegría que se respira en los conventos carmelitas o entre los cartujos, por citar algunos ejemplos. Ambas congregaciones sobresalen por su espíritu de mortificación y amor a la cruz. Sin embargo en sus rostros irradian una felicidad que no encontramos en el mundo. La razón es sencilla: no sólo renuncian a algo sino que eligen a Alguien. De ahí que deseen agradarle en todo y luchen contra aquellas inclinaciones y defectos que serían impropios de un amigo del Señor.

El camino penitencial es duro para quien lo contempla como una prueba que hay que superar para conseguir un premio. Esa mirada, que en parte está desenfocada, impide la entrega. San Pablo nos indica otra perspectiva: “Esta es nuestra confianza: que el que ha inaugurado entre vosotros una empresa buena, la llevará adelante hasta el día de Cristo Jesús”. La vida cristiana está llamada a un crecimiento, a un desarrollo. Pero este es posible porque anteriormente hay vida. Con anterioridad a la exigencia se encuentra el don. Y el mismo que nos ha dado la vida cristiana nos acompaña con su gracia para que ésta crezca a la altura del mismo Cristo Jesús. Por eso la ascesis no está reñida con la alegría. Lo que muchas veces nos falta es conciencia de lo que Dios nos ha dado, de lo que somos.

Ahora no esperamos un Redentor como hace dos mil años. Ya hemos sido salvados y formamos parte de un pueblo santo, que es la Iglesia. Ahora esperamos al Señor, que ha de venir en la gloria. Lo dice el Apóstol: “Así llegaréis al día de Cristo limpios e irreprochables, cargados de frutos de justicia”.

Pienso en la imagen de aquellos alumnos que se preparan para el día de la graduación. Ya han aprobado el curso y obtenido el título. Sin embargo sienten emoción porque aquel día se celebra una fiesta reconociendo lo que son. Y se preparan para ella con ilusión. Trabajan en función de un bien agradable y, muchas veces, preparan la fiesta con esmero. Algo parecido supone el Adviento para nosotros. Cierto que Jesús ya ha vencido al mundo y nos ha salvado, pero hay que preparar el gran acontecimiento de su venida. Dada nuestra condición no podemos hacerlo sin la penitencia que nos mueve a la auténtica conversión. Pero esta no se nos presenta como una carga pesada, sino como el camino adecuado para alcanzar lo que nuestro corazón desea.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid