San Mateo 11, 16-19:
Mientras uno trabaja cuatro miran

Autor: Arquidiócesis  de Madrid

Isaías 48,17-19; Sal 1, 1-2. 3.4 y 6 ; Mateo 11, 16-19

Es esta una expresión habitual entre los españoles. Existe la fama de que quienes dan el callo son pocos y, en cambio, son muchos los que se dedican a contemplar el trabajo de otros. Encima se dedican a hacer comentarios. Es típico criticarlo todo y no implicarse en nada. El caso es ver defectos a todo.

Si meditamos sobre esa actitud nos damos cuenta de que esconde muchas cosas. La primera es la incapacidad para implicarse con la realidad. Uno siempre quiere estar al margen, no vaya a ser que los acontecimientos de la vida supongan algo. Pasa como tantos padres que llevan a sus hijos a un colegio católico con la secreta esperanza de que su hijo no cambie. En los últimos años he vivido de cerca el caso de varios adolescentes que han pedido el bautismo. Cuando lo han comunicado en sus casas a más de un padre le ha dado un ataque de nervios. ¿Por qué se sorprenden si su hijo va a un colegio católico y tarde o temprano va a tener que enfrentarse al tema de la fe? Cuando piden el bautismo les dicen que están siendo captados por una secta, y si no dan ese paso los acusan constantemente de que no quieren cambiar y son malos hijos. Todo un desastre.

De ello trata el evangelio de hoy. Tocan la flauta y no cantan, están de duelo y no lloran. Probablemente no buscan llevar la contraria, simplemente niegan la realidad. Por eso Jesús acaba su enseñanza señalando: “Pero los hechos dan razón a la sabiduría de Dios”.

Por más que lo intentemos un pato es un pato y lo que está ante nuestros ojos no deja de existir porque no nos guste. Otra cosa es que no queramos hacer caso a la voz de Dios, que es bastante elocuente aun en lo cotidiano.

Al leer este evangelio pensaba en una aplicación inmediata y sencilla: los tiempos litúrgicos. Ahora la Iglesia, y nosotros con ella, se encuentra celebrando el Adviento. Quizás no es la parte del año litúrgico que más nos gusta. Pero la única manera de celebrar bien la Navidad es preparándose a ello mediante el fortalecimiento de la esperanza, que conlleva también la penitencia. Lo mejor es pedir a Dios que nos ayude a vivir el tiempo de la Iglesia. Lo contrario, por muy argumentado que esté, no es más que capricho espiritual.

No nos gusta la penitencia y después nos quejamos de que en Navidad se gasta mucho. Resulta curioso pero es la única fiesta en que la gente se queja del despilfarro. ¡Cómo si el Nacimiento de Cristo no mereciera tirar la casa por la ventana! Cómo se nota que en otros momentos rehuyeron la austeridad.

Que María nos acompañe durante estos días y a lo largo de toda nuestra vida para que, en cada momento, seamos capaces de cumplir la voluntad de Dios.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid