San Mateo 17, 10-13:
Marear la perdiz

Autor: Arquidiócesis  de Madrid

Eclesiástico 48,1-4. 9-11; Sal 79, 2ac y 3b. 15-16. 18-19; Mateo 17, 10-13

Es muy fácil encontrar motivos para dejar lo importante. Todos sabemos por experiencia, por ejemplo, que cuando hemos de rezar hay mil problemas que reclaman nuestra atención. Nadie dice que no sean problemas. Lo que pasa es que no debemos permitir que el desorden nos aparte de lo esencial. Cada cosa tiene su momento y, también entre las verdades, existe una jerarquía.

Elías había sido arrebatado hasta el cielo por un carro de fuego. Nos lo recuerda la primera lectura. De ahí que se esperara su retorno para el final de los tiempos. Era una preocupación lógica entre las escuelas de fariseos y sobre todo un tema entretenido para hablar porque permitía conjeturas de todo tipo sin implicación alguna. Los apóstoles, que estaban con la mosca detrás de la oreja, y no querían que su Maestro fuera menos que los demás, le preguntan por el tema. Jesús responde de forma compleja. Por una parte anuncia que Elías ha de venir y, por otra, compara la misión de Juan el Bautista a la del profeta del Antiguo Testamento. Es decir, Elías vendrá pero ya ha venido.

Una vez más el Señor resitúa el tema. Las especulaciones teológicas no pueden apartar de la vida ni impedirnos reconocer el momento presente. Hablar sobre Elías puede resultar muy reconfortante, pero aporta muy poco a la vida práctica y aún menos si nos impide llevar adelante nuestra vocación. Por cierto, hay una novela reciente de Michel D. O’Brien titulada El Padre Elías. Un Apocalipsis, que es muy interesante y vale la pena leer.

A veces la preocupación por temas presuntamente teológicos e importantes nos cierran las puertas al progreso de la fe. Nos encabezonamos intentando solucionar cosas que ni los teólogos han resuelto y perdemos la posibilidad de seguir el sencillo camino de la fe. Aquellos fariseos lo que tenían que haber hecho era escuchar a Juan. Jesús mismo los acusa de no haber reconocido al Precursor. Por el contrario, lo trataron a su antojo. Esta es la verdadera motivación que se esconde detrás de esas actitudes. Una manera de hacer que triunfe nuestro capricho es apartarnos de la voluntad de Dios como quien dice, por elevación. Entonces parece que estamos en cosas más serias cuando, en realidad, simplemente hacemos los que nos viene en gana.

Frente a ello tenemos la humildad y la obediencia. Es más, la verdadera humildad se manifiesta en que somos capaces de obedecer a otro. Esta es una verdad importante de reseñar en el camino de Adviento que estamos realizando. Esperamos que nos conduzca a Belén. Para ello es preciso que seamos capaces de seguir las indicaciones que Dios nos hace llegar a través de su Iglesia. Sin ellas quizás construiremos vías fantásticas. El único problema es que no conducirán a ninguna parte.

Virgen del Camino, acompáñanos durante este tiempo de Adviento, para que vayamos al encuentro de tu Hijo Jesucristo. No permitas que la presunción nos haga insensibles a la voluntad de Dios y líbranos de la tentación de la autosuficiencia.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid