San Mateo 1, 18-24:
La discreción de José

Autor: Arquidiócesis  de Madrid

Jeremías 23, 5-8; Sal 71, 1-2. 12-13. 18-19; San Mateo 1, 18-24

San José es un personaje tan discreto que puede pasarnos por alto. Es fácil no fijarse en él, y ha habido épocas en que ha quedado como totalmente relegado. Fue Santa Teresa quien lo incorporó a la vida de la Iglesia en los tiempos modernos después de haberse pasado mucho tiempo escondido en la memoria del olvido. La Navidad nos invita a tenerlo de nuevo presente y es una oportunidad para fijarnos en su persona e invocar su intercesión.

El Evangelio de hoy nos ofrece esa posibilidad. María está esperando un hijo. Ha sido concebido por obra del Espíritu Santo. José, conocedor de la nueva situación de su esposa, decide repudiarla en secreto. Lo hace, dice el Evangelio, porque era justo. Aquí justo significa santo. Es decir, José caminaba según la justicia de Dios. Si se hubiera referido a la humana lo más propio habría sido denunciar a su mujer. Pero José es santo. Ello no debe sorprendernos, porque si es marido de María es propio que haya una cierta semejanza entre ambos. La Virgen es inmaculada desde su concepción y el ángel la saludó como la llena de gracia. Es normal que san José también tenga un alto grado de santidad por el bien del matrimonio y en orden a la misión de custodio del Redentor que había de ejercer.

Por otra parte, fijémonos en que el ángel saluda a José con el título de “hijo de David”. Esa denominación aparece, en los evangelios, referida sólo a Jesucristo y a san José. Se indica así cómo las promesas mesiánicas llegan a Jesús a través de su padre putativo. Por eso será también él el encargado de ponerle nombre. En ese sentido san José juega un papel importantísimo que completará con la dedicación a la familia de Nazaret. Cuidará de su sustento, se encargará de la protección de María y del Niño, velará por la educación y, en definitiva ejercerá como padre de familia. Para ello fue predestinado por Dios.

Nos interesa fijarnos en un último detalle que puede ayudarnos en nuestra vida espiritual. José acogió a María en su casa. Era lo más razonable tras recibir el aviso del ángel en sueños. Él era justo, por tanto no temía nada de María ni entraba en él la sospecha. El sueño lo inclinaba en la dirección de lo que él pensaba pero le mostraba un modo más adecuado de actuar. Recibió a la Virgen en su casa y ella después dará a luz. El anuncio es proporcionado a la santidad, de ahí que no le cueste obedecer.

Nosotros aprendemos, frente al racionalismo que a veces nos cerca y amenaza, que hemos de recibir a la Iglesia, que también camina grávida, portadora de un misterio incomprensible para el hombre, pero al mismo tiempo salvador. María es figura de la Iglesia. Al acoger las enseñanzas de la Iglesia propiciamos que el Señor pueda venir a nosotros. Es con ella que el Señor entra en nuestras vidas.

Que la Virgen María y su casto esposo José nos ayuden en estos días previos a la Navidad para acoger con humildad al Mesías que llega y que hoy se nos hace especialmente presente a través de su esposa, la Iglesia.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid