San Lucas 1,26-38:
La puerta de la libertad

Autor: Arquidiócesis  de Madrid

Isaías 7,10-14; Sal 23, 1–2 3-4ab. 5-6; San Lucas 1,26-38

La Anunciación de María es uno de los textos evangélicos que más me impresiona. Me gusta por ese respeto que Dios tiene hacia la libertad del hombre. Para entrar en el mundo solicita la cooperación de una mujer: María. La salvación no consiste en que Dios nos saque de la historia, así la sueñan inútilmente algunos. Lo que Dios hace es entrar en nuestro mundo para que toda nuestra vida cobre un nuevo sentido. Así, todos esos minutos que se nos hacen pesados y que nos gustaría que no existieran se convierten en momentos de salvación. Pero Dios no nos quita nada. Es por ello que pide como permiso a los hombres para entrar en su mundo.

La Virgen dijo que sí en nombre de todos los hombres. Es el antitipo de Eva. Aquella quiso ser como Dios y por ello tomó del fruto del árbol prohibido. El mal se desencadenó en cascada y el bello jardín del paraíso quedó vedado para el hombre. Ahora Dios se dirige a la humanidad de María y le pide si quiere ser la Madre del Salvador. Y le pide una respuesta humana. De ahí que la Virgen ponga en juego toda su libertad. Y lo hace de una forma que no deja de conmovernos. No se limita a decir sí. Confiesa: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.

Nos sorprende su humildad. Ella que es la más agraciada de las mujeres se coloca en el ínfimo de los lugares. Se llama esclava, pero del Señor, porque no lo es del pecado. Por eso el ángel la saluda como “llena de gracia”. A nosotros quizás nos falta la humildad de sabernos siervos, esclavos, del Señor, porque vivimos bajo las garras del pecado y la soberbia es una cadena muy poderosa.

Congruente con esa afirmación la Virgen no dice, “¿qué quieres que haga?”, sino que se pone totalmente en manos de Dios. Sabe que todo lo que tiene le ha sido dado, de ahí que pronuncie el “hágase”. Es decir, que sea Dios el que haga las cosas. Ella se pone ante Él con absoluta disponibilidad, de ahí que señale “en mí”.
Es un texto precioso por todas partes. Dios muestra su abajamiento dirigiéndose a una humilde mujer y esta le responde abriendo totalmente las puertas de su libertad. Es difícil no estremecerse ante esta escena en la que se iluminan todas las llamadas que Dios nos hace. Estas vienen guiadas por su deseo de salvación y han de ser correspondidas con una libertad verdadera con la que nos ponemos totalmente en manos de Dios. A nadie se le escapa la belleza de este encuentro en el que Gabriel actúa de mediador. No podía ser de otra manera, pues es el mensajero que pide audiencia para su Señor. Y así, en la sencillez de aquella casa de Nazaret, Dios supo que podía hacerse hombre porque había una mujer, que en nombre de todos, estaba dispuesta a recibirlo.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid