San Lucas 1, 57-66:
La voz y el silencio

Autor: Arquidiócesis  de Madrid

Malaquías 3,1-4. 23-24; Sal 24, 4-5ab. 8-9. 10 y 14 ; San Lucas 1, 57-66

A dos días de la Navidad escuchamos el relato del nacimiento de Juan el Bautista. Dios tenía un plan para Juan. Él, en efecto, debía ser el precursor de Jesús. Ahora bien, la pregunta que se hacen los vecinos de Zacarías, nos la podríamos hacer todos nosotros. Decían: “¿Qué va a ser este niño?”En primer lugar el evangelio de hoy nos recuerda que todo hombre juega un papel en el plan de Dios y por referencia a Jesucristo. Esa conciencia de ser elegido por Dios desde antes de nacer la deberíamos tener todos. Nadie está aquí por casualidad y, mucho menos, Dios decide que va a ser de nosotros una vez ya hemos empezado a vivir. Existimos porque Él nos ha amado. Por tanto, hemos de preguntarnos por nuestra vocación. Ciertamente nuestra vida no va acompañada de hechos tan extraordinarios como los que rodearon el nacimiento de Juan. Pero, igualmente, podemos leer en nuestra historia personal múltiples indicios por los que el Señor nos va indicando un camino. Hay que estar atentos a ellos.

Por otra parte, sabemos que Juan responde a la misión que Dios le ha encomendado. A continuación del texto que hoy leemos dice el Evangelio: “El niño iba creciendo, y su carácter se afianzaba; vivió en el desierto hasta que se presentó a Israel”. Podemos decir que Juan cuida la llamada que ha recibido.

A veces me han preguntado por qué entré al seminario con doce años y si, a esa edad, uno puede estar seguro de su vocación. Les respondo que algo es verdad y es que para tener certeza de algo hemos de cuidarlo. Por eso no es malo, sino bueno, que si un niño manifiesta una especial vocación sus padres le ayuden a cultivarla. Es la única manera de discernir. Juan lo hace yendo al desierto.

Hay un hecho curioso y es que quien había de convertirse en la voz de la Palabra, se forma en el silencio. Su padre permanece mudo hasta el momento de su nacimiento y, antes de iniciar su cometido, Juan se retira a la soledad del desierto para, en el silencio, ser educado por Dios. Cualquier conocimiento que deseemos tener de la voluntad de Dios sobre nuestra vida es imposible de alcanzar sin el silencio interior. Queremos saber qué hemos de hacer pero no estamos dispuestos a dedicar tiempo de silencio para escuchar la voz de Dios.

En ese silencio Juan reconoce que toda su vida está al servicio de Jesús. Lo mismo pasa con la nuestra. Recodemos que el Precursor decía: “Yo no soy quien pensáis; viene uno detrás de mí a quien no merezco desatarle las sandalias”. La humildad de Juan nace del conocimiento profundo del Señor. Se conoció a si mismo conociendo a si Señor. Una excelente enseñanza para todos nosotros. Nuestra vida, la de cada uno, se resuelve en el misterio del Verbo encarnado.
Gran verdad para meditar estos días ante el nacimiento. No sólo hemos de ver a Dios que nace en el pesebre sino descubrirnos a cada uno de nosotros en la persona de Jesús.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid