San Juan 1. 1-18:
Se hizo carne
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

Isaías 52, 7-10; Sal 97, 1. 2-3ab. 3cd-4. 5-6 ; Hebreos 1, 1-6; San Juan 1. 1-18

“La Palabra se hizo carne, y habitó entre nosotros”… No nos dice nada -lo hemos oído demasiadas veces, y, probablemente, muchos ni lo entienden-, pero debería hacernos estremecer. No es tiempo de filosofías; la Navidad es para los niños… Mira, mira al Niño que tienes en el Belén, mira al Niño que hay junto al altar de tu iglesia. Mira, no te canses de mirar… “La Palabra se hizo carne, y habitó entre nosotros”… En esta frase de San Juan se unen el Cielo (”la Palabra”) y el barro de la tierra (”carne”) merced a un “se hizo” que es el “te quiero” de Dios. Pero no quiero distraerte, mira de nuevo al Niño.. La Palabra de Dios, esa Palabra engendrada desde siempre en el seno del Padre, hoy ha comenzado a pronunciarse en lenguaje humano. Y, para el Hombre, esa Palabra que Dios ha contenido durante siglos y siglos es “te quiero”… Parece un niño como los demás, es un Niño como los demás, de carne frágil y quebradiza, como la tuya y la mía… Pero es Dios. Es Dios… Te suena a catecismo, ya lo sé. Lo crees, lo crees desde que eras pequeño… Pero aún no “te lo crees”. Si, de verdad, te lo creyeras, temblarías de gozo y de temor, porque el Altísimo se ha hecho Niño. No se ha disfrazado, no se ha “revestido” para aparentar, no ha venido “de visita” a la carne…

Mírale, mírale de nuevo: Si le pinchas, sangra; si le acunas, duerme, si le cantas, se ríe, aúnque todavía no sepa hablar… Ha venido para quedarse, para “habitar” en el mismo barro que nosotros, para hacernos compañía a ti y a mí, que estábamos tan solos (ahora lo sabemos).

“En muchas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo”. Mira, y escucha: es Dios quien habla, es su Palabra: “Hombre, te quiero”… Escucha atentamente, porque este Niño es el grito de Dios: “si, después de haberme ofendido tanto, después de haberme despreciado tantas veces, Yo, que no necesito para nada de ti, decido agacharme y hacerte compañía, tomando una carne frágil como la tuya, para compartir tus penas, tus enfermedades, tus angustias y tu muerte - ¡escúchame! - ¿Cómo es que aún vives como un huérfano, como un “desamorado”? ¿Qué más tengo que inventar para gritarte que te quiero?”

Dios, una vez más, nos ha sorprendido; se ha agachado, pero, en su abajamiento, nos ha rebasado “por debajo” y se ha hecho Niño. Ahora tenemos que agacharnos tú y yo, callarnos, hacernos niños como Él, y, abrazados a María Santísima, ser acunados en su regazo junto a ese Niño que es Dios gritando que nos ama. ¡Cuanta, cuanta dicha ha amanecido hoy en la Tierra!

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid