San Mateo 10, 17-22:
En Belén no hace frío
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

Hechos de los apóstoles 6, 8-10; 7, 54-60; Sal 30, 3cd-4. 6 y 8ab. 16bc-17 ; San Mateo 10, 17-22

Sí, sí, ya sé que es el recurso de muchos villancicos: “temblando estaba de frío…”; pero yo no me lo creo. No me lo creo porque Jesús no nació en invierno; en invierno los pastores no duermen al raso. No me lo creo, sobre todo, porque fue una hoguera lo que se encendió sobre el pesebre de Belén. La adoración de los pastorcillos la imagino yo como una escena de invierno… Pero, ¿no habíamos quedado en que no era invierno?

Sí, era invierno… otro invierno. Desde que Adán pecó, el Amor de Dios fue expulsado del horizonte de los hombres, y los corazones quedaron ateridos de frío. Así viven aún muchos, tiritando en el alma, aunque no les falten seres de carne que los amen; pero un corazón creado a la medida del Amor de todo un Dios no puede ni tan siquiera caldearse con la “cerillita” del amor humano, que quema, pero no calienta.

Miles y miles de años duró aquel invierno: Abraham, Isaac, Jacob, Moisés, el rey David… Todos ellos pasaron por la vida temblando de frío. Y, pasado ese tiempo, Dios decretó el final de la helada, y mandó a su Sol venir la tierra. No vino, sin embargo, como lo hace cada mañana el Astro Rey, posándose en lo alto del cielo y gritando su presencia a medio mundo… Descendió más, mucho más, y se posó en un pesebre como una Hoguera de Amor, para que lo encuentren aquellos que lo buscan, para abrasar a quienes deciden acercarse… José y María tienen el rostro sonrosado, porque están ardiendo por dentro. Los pastorcillos tenían frío, mucho frío, y un destello angélico les señaló la Hoguera: ellos se acercaron, y estiraron allí sus ateridos corazones como se estiran manos y pies ante el hogar al llegar de la calle. Adoraron, recibieron al Amor de Dios, y nunca más sintieron frío. Si Dios nos ha amado así, ¿Quién podrá hacernos sentir solos?

Aquella Hoguera de Belén estaba destinada a revolucionar la Historia de los hombres, y, después de aquellos pastorcillos, muchos seres humanos se acercaron al Hogar en busca de calor. Multitud de ellos, enloquecidos de alegría, se arrojaron de cabeza a las llamas, hasta ser consumidos por ellas; hablo de los mártires. El primero de ellos, Esteban, inauguró una larga y maravillosa procesión. No contento con acercar su corazón al fuego del Amor divino, decidió ser consumido por la Vida y la muerte del Salvador, y unió su destino a aquella Brasa enamorada que Dios había entregado a los hombres: vivió con Cristo, como un enamorado, murió con Él, como un loco, y resucitó con Él, como un bendito. ¡Divina locura, la misma de la Virgen! Contágianos, Esteban, para que no tengamos miedo de abrasarnos, para que, acercándonos a Belén, no nos quedemos mirando. Hace mucho frío, hermano Esteban; hace mucho frío… ¿Por qué no entregarse del todo?

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid