San Mateo 2, 13-18:
¿Frivolidad... o victoria?
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

San Juan 1, 5-2, 2; Sal 123, 2-3. 4-5. 7b-8 ; San Mateo 2, 13-18

Si nos tomáramos el trabajo de reflexionar sobre algunas de las costumbres que hemos asimilado, sin más, desde niños, probablemente nos escandalizaríamos. El día de hoy, día “de los inocentes”, es el día de los guasones, el día de las bromas; hoy no hay que creer a nadie, no hay que fiarse ni del mejor amigo, no hay que confiar en los periódicos… Hoy todo el mundo te la pega. Es un día “de guasa”. La misma palabra “inocente”, merced a este día ha adquirido, para muchos, el significado de “inocentón”, es decir, de “primo”. Y, sin embargo… Pensemos en el hecho histórico que está detrás de esta celebración: la morbosidad de un gobernante psicópata, que, por un presentimiento, asesinó a cientos de niños, tiñó de sangre cientos de cunas y de lágrimas cientos de mejillas de madres desconsoladas… Por traer un ejemplo más cercano: supongamos que celebráramos con risas y chacotas las atrocidades de la limpieza étnica en la antigua Yugoslavia… ¡Oiga, esto no es serio! Por eso, antes de que llame usted a su cuñado para decirle que su coche está ardiendo y cobrarse unas risas a costa suya, espere… Semejante frivolidad solamente es propia de niños… o de ángeles.

De niños, porque sólo un niño es capaz de seguir jugando con las llaves de colores en brazos de su madre mientras su casa se viene abajo. Los brazos maternos crean en torno a él tal ambiente de seguridad, que nada de lo que ocurre más allá de ese cerco puede impresionar a la criatura… Es, a la vez, magnífico y temible, pero la Navidad es de los niños, y el día de hoy también. Respecto a los ángeles, su alegría es distinta: desde donde ellos ven el mudo, la muerte no es una tragedia. Donde nosotros vemos cadáveres de niños, sangre y terror, ellos son capaces de ver un cortejo limpísimo que precede y acompaña al Cordero en esa procesión maravillosa que abrirá las puertas de un Paraíso cerrado durante siglos. Por eso, mientras aquí Raquel llora, ellos se alegran y festejan.

Llame, llame a su cuñado… No quiero amargarle la broma. Pero, antes de llamar, sonría. Pasó para usted el tiempo de los niños, y lo que usted va a hacer es impropio de un adulto… Acoja, entonces, la alegría de los ángeles. Antes de descolgar el teléfono, mire usted al Belén que hay en su casa… Contemple a la Virgen, “causa de nuestra alegría”, bese al Niño, y luego fije su mirada en ese ángel que, a buen seguro, cuelga encima del portal… Séquese ahora el sudor de la frente, como quien ha vencido una durísima batalla, e imite la sonrisa de victoria del ángel, quien sabe que la muerte ha sido vencida… Y, ahora, llame, llame a su cuñado… Pero, si se lo cree… no sea cruel; dígale eso de “¡Inocente, inocente!”… Algún niño sonreirá en el cielo.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid