San Lucas 2, 41-52:
Calor de hogar
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

Eclesiástico 3, 2-6. 12-14; Sal 127, 1-2. 3. 4-5 ; Colosenses 3, 12-21; San Lucas 2, 41-52

Lo intuí hace años, cuando me sumergí hasta el cuello en el estudio de la vida y obra de Charles Dickens; en sus cuentos y novelas, los personajes “malvados” mueven siempre a compasión: se trata, esencialmente, de personas “sin hogar”. Leyendo al autor inglés, uno tiene la impresión de que es la calidez de una familia lo que hace al hombre bueno, mientras la soledad y el desarraigo le vuelven frío e insensible, capaz de acciones perversas. Oliver Twist o David Copperfield son pícaros que dan lástima e inspiran simpatía; son niños sin hogar, abandonados (como lo fue el propio Dickens, cuya infancia transcurrió durante la prisión de sus padres). Salta a la vista, en la “Canción de Navidad” (cuya lectura es muy aconsejable en estas fechas), que el malvado Scrooge no es sino un viejo solitario, que celebrará la Nochebuena rodeado de frío, sin compañía alguna. Mientras tanto, su bondadoso empleado vive arropado por el calor de los suyos, y este calor le hace capaz de sobrellevar con paciencia las contrariedades…

Ignoro cómo se han sentido los hombres en otras épocas; ni siquiera sé cómo se sienten en otros lugares del globo terráqueo… Pero sí sé decir que, en la porción de realidad que conozco, la gente está muy sola. La soledad parece haber entrado, como un cuchillo de viento gélido, en multitud de corazones, y son muy pocos los hombres que se atreven a declararse felices. A causa de mi ministerio, tengo que escuchar, diariamente, multitud de pecados. Y, hasta ahora, puedo asegurar que no me ha resultado difícil compadecerme: tras cada pecador he podido ver un corazón muy solo, muy frío, muy triste, muy “desamorado”… Falta el calor de hogar en las almas. No sé qué ha pasado con nuestras familias, pero en muchas casas, equipadas para el invierno con potentes equipos de calefacción, el frío interior puede hacer que se te congele el alma al cruzar la puerta. Muchos niños ya desconocen el verdadero sentido de la palabra “hogar”.

Nosotros, lo cristianos, no podemos vivir como huérfanos. Tenemos una Familia, la mejor familia. El Hogar de Nazareth es nuestra casa, y su Calor hemos de llevarlo, ardiente, dentro de nuestras almas. María y José - “mamá” y “papá” - nos están llamando hoy; llevamos mucho tiempo fuera de casa. Y la única respuesta a su calurosa llamada es hacernos niños, entrar en ese Hogar que es el nuestro, y comenzar de nuevo: volver a ser amamantados por la Virgen, volver a ser acariciados por sus brazos y besados por sus labios… Volver a ser educados por José. Y jugar; jugar mucho con el Niño, nuestro Hermano, hasta que entremos de nuevo en calor. Entonces - no lo dudes - seremos buenos, seremos santos, seremos felices.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid