San Juan 14, 23-29:
Normas

Autor: Arquidiócesis  de Madrid     

 

Hechos de los apóstoles 15, 1-2. 22-29, Sal 66, 2-3. 5. 6 y 8 , Apocalipsis 21, 10-14. 21-23, san Juan 14, 23-29

Estamos en época de Primeras Comuniones, Bodas y estas celebraciones en las que la gente, que tantas veces se mantiene lejos de los templos, los abarrota con cámaras, teléfonos móviles, modelitos horteras y gritos de quinceañera fan de David Bisbal. Ni tan siquiera los niños, tras tres años de catequesis, saben responder a las oraciones de la Misa y los padres ponen cara de asombro (sobre todo porque ellos tampoco saben qué hay que responder). También es el momento de las grandes indignaciones. Que si el cura me impone un fotógrafo, que me dan un sobre para dar un donativo cuando la Iglesia es rica, que si a mi niño no se le ve bien, que si a la novia luce poco. Pasan por el aro de restaurantes, disfraces que llaman trajes, modas que inventa no se sabe quién, pero que cuestan dinero, mucho dinero. A esas normas no se les ponen pegas, nadie quiere salirse de la norma social (que cuanto menos nivel económico y cultural tiene un barrio suele ser más cara), pero se protesta por las normas que se proponen en la parroquia, las normas de la liturgia y la propia ley de Dios.

“En aquellos días, unos que bajaron de Judea se pusieron a enseñar a los hermanos que, si no se circuncidaban conforme a la tradición de Moisés, no podían salvarse.” Si hay algo que la experiencia me ha enseñado, a veces a golpes, es que los grandes predicadores de la libertad suelen convertirse en unos tiranos. Estos predicadores empezarían a poner en duda la autoridad de los apóstoles (a fin de cuentas eran tan hombres como ellos), luego empezarían a criticar ciertas prácticas de los primeros cristianos y, como nuevos liberadores, acabaron imponiendo sus propias normas. Esas sí que eran buenas. Cuantos párrocos he visto que hacían y deshacían lo que querían en la parroquia con un Consejo Pastoral sumiso y obediente, bajo un manto de democracia. Pero al final la parroquia se convierte en un ligar lleno de normas: se bautiza un día concreto en semana, se casa sólo a algunos, se abre unos minutillos al día, se confiesa con cuentagotas ya quien no piensa como el jefe se le cierran las puertas.

“El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en é1. El que no me ama no guardará mis palabras.” No soy canonista ni hijo de canonista, pero cuando me tropiezo en la vida con las normas de la Iglesia suelo fiarme de ellas. A veces no las entiendo a la primera, pero las medito, me informo y descubro que las normas de la Iglesia suelen surgir de la preocupación de que todos, aunque pensemos y seamos distintos en muchas cosas accidentales, podamos llegar a conocer el amor de Dios. Para muchos esto parecerá escandaloso. La Iglesia es la represora del amor, de la libertad, de la tolerancia y la diversidad. Ya escucho a muchos que aplaudían los primeros meses al Papa ponerle verde en las sobremesas. Sin embargo quien sigue las normas de la Iglesia (sin legalismos absurdos), será difícil que cierre su puerta o su corazón a nadie, que haga exclusión de personas o se quede contento con una labor realizada a medias. Sabrá que cualquier persona es capaz de Dios, de que el Espíritu Santo actúe en él. Si sigo mis normas (que las pondré, por muy liberal que me llame), conseguiré que se acerquen a mí y me aplaudan. Si sigo las normas de la Iglesia, que no son tantas, se acercarán a Cristo, aunque se olviden de mi.

“La muralla tenía doce basamentos que llevaban doce nombres: los nombres de los apóstoles del Cordero.” Esa es la casa definitiva, la casa de Dios, a la que tenemos que llegar y tenemos que indicar el camino a los demás, no a la nuestra que será una casa vacía o, en todo caso, llena de nuestro orgullo y de nuestra vanidad.

En la casa de Dios nos recibe Santa María, nuestra Madre a la que dedicamos todo este mes y, ojalá, toda nuestra vida. Que ella nos ayude a sacudirnos tantas falsas normas que nos imponen y nos imponemos y nos quedemos con las que perduran.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid