San Lucas 11, 5-13:
Galatas insensatos
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

En la primera lectura de hoy encontramos un texto muy vehemente del Apóstol. San Pablo había evangelizado a los gálatas, un pueblo emparentado con los galos que vivía en la actual Turquía y, al parecer muy variable en sus convicciones. Parece que, cuando san Pablo ya estaba lejos, evangelizando otros pueblos y formando nuevas comunidades, llegaron algunos misioneros que persuadieron a los gálatas de la necesidad de aceptar algunos preceptos mosaicos para ser verdaderamente cristianos. Entre estos los más importantes serían la circuncisión y algunos preceptos rituales.

Cuando san Pablo se entera responde con dolor e ira. Por eso es una carta tan sentida en la que, entre otras cosas, insiste en la libertad que nos ha ganado Jesucristo. En el texto de hoy queda clara la contraposición entre el Espíritu y la Ley. La Ley, como ha recordado Benedicto XVI en su libro sobre Jesús, no era mala, pero tiene una validez que va unida a un determinado momento histórico. Cuando llega Jesucristo la Ley alcanza su cumplimiento y, por tanto, los antiguos preceptos ya no tienen vigencia. San Pablo, fariseo de formación, lo tiene muy claro. La Ley no tiene fuerza para salvar al hombre. Bien al contrario, al intentar cumplir los preceptos, y experimentar la impotencia para ello, el hombre queda como aplastado. Nos salva la gracia, que nos otorga una condición nueva y nos capacita para obrar el bien.

A san Pablo no le molestan los preceptos de la antigua Ley por sí mismos. Lo que le preocupa es que los gálatas, que han conocido la fuerza de la gracia, acaben reduciéndola a un conjunto de preceptos. En su argumentación san Pablo es muy persuasivo: “¿Quién os ha embrujado? ¡Y pensar que ante vuestros ojos presentamos la figura de Jesucristo en la cruz!”.

Alude a Jesucristo porque en la ley se decía: “Maldito el que cuelgue de un madero”. Sin embargo, Jesucristo nos ha salvado a través de esa muerte ignominiosa. El camino del cumplimiento de los preceptos, poniendo toda la seguridad de la salvación en ello, minimiza la fuerza de la Cruz. Si me salvo por ser fiel a unos mandamientos, entonces la gracia de Jesús resulta innecesaria y su sacrificio un absurdo.

Hoy, al leer nosotros este texto no podemos dejar de referir toda nuestra vida espiritual al Crucificado. Continuamente hemos de contrastar lo que creemos y lo que vivimos con Jesús clavado en la cruz. De otra forma, por muy heroico que pudiera parecer nuestra vida, si ésta no toma su fuerza del Señor, se convierte en una construcción humana. Ante la cruz del Señor palidece toda soberbia humana y nos damos cuenta de la necesidad que tenemos de ser salvados y de la manera tan extraordinaria que Dios ha elegido para hacerlo.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid