San Mateo 7,21.24-27:
Lo débil y lo fuerte
Autor: Arquidiócesis  de Madrid


Tres veces en semana voy a ver chavales a unos centros penitenciarios. Son los “malotes”. Cada día hablo con los que quieren de lo que ellos quieren y yo les digo los que me da la gana (quiero decir que no les digo siempre lo que les gustaría oír). En la calle han sido los duros, los más atrevidos de la pandilla, e incluso en el centro tienen que guardar una fachada, pero conmigo no. Y entonces descubres que el que parecía muy fuerte es en realidad muy débil, son niños con problemas de hombre. Han pasado del ambiente de la calle, del que se insufla en la sociedad, colegios, medios de comunicación, series de televisión, familias, etc. donde cada uno puede hacer lo que le da la gana, no respetar nada y despreciar a sus semejantes, a un ambiente en que cualquier mínima salida de tono, palabra malsonante o salirse de la norma es sancionado. Seguramente sea la única manera de mantener el orden, pero el contraste es muy grande y hasta el más fuerte se vuelve débil.
“El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca”. Sabemos bien la historia del que edifica sobre roca y sobre arena. Tristemente vivimos en un mundo que construye sobre tierra, y tierra muy blanda. La sociedad se está olvidando de Dios, de su Palabra y de su presencia. Entonces edificamos sobre la arena de nuestra vanidad, el aprecio de los demás, las cosas materiales, el prestigio o lo que sea. Ante cualquier pequeña crisis todo se viene abajo y entonces echamos la culpa a lo que sea menos a nuestro olvido de Dios. Ayer los terroristas mataron a un hombre y consideran que esa es su fuerza, quieren hacer de sus escombros un monumento, pero sólo podrán encontrar en su vida vacío, odio y muerte. En ese edifico no quiere vivir ni uno mismo y vive asqueado de todo.
Pero el que escucha la palabra de Dios y la pone en práctica descubre que tiene “una ciudad fuerte, ha puesto para salvarla murallas y baluartes: Abrid las puertas para que entre un pueblo justo, que observa la lealtad; su ánimo está firme y mantiene la paz, porque confía en el Señor”. Puede mirar el mundo cara a cara, llenarse de toda la bondad y la belleza, tratar de tu al Espíritu Santo. Puede hacerlo pues el mundo no le hace daño. Por supuesto que ve las injusticias, las maldades que le rodean y su propio pecado, pero eso no le desalienta. Una vez que has encontrado los cimientos sobre los que construir entonces dejas que el Señor vaya construyendo y tú no haces más labor que la del peón albañil. Es Él el que construye y te muestra las bondades de la creación y la maravilla de la Redención. El entorno puede ser hostil, pueden ponerte un montón de normas o una montaña de rejas, pero cuando descubres sobre qué (en Quién) has cimentado tu vida, el entorno no nos domina.
La Virgen construyó sobre roca, tuvo a la Roca en sus entrañas. Ella nos ayuda (y ayuda a los malotes), a saber cómo construir nuestra vida, aunque antes tengamos que tirar la casa que hemos construido antes sobre arena, y lo débil se vuelve fuerte.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid