San Lucas 2,1-14:
Nochebuena: Nos ha nacido un (otro) niño
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

Is 9,1-6; Sal 95; Tt 2,11-14; Lc 2,1-14

Ha aparecido la gracia de Dios capaz de salvar a todos. Se nos ha colmado la esperanza que esperábamos: la manifestación gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo. Tal es nuestra doctrina. Se dio a sí mismo por nosotros para liberarnos. Liberados así de toda iniquidad, ha purificado para sí un pueblo, cuajado de buenas obras. Esta es la buena noticia: nos ha nacido un Salvador.

Era un pueblo que caminaba en tinieblas, pero se le ha hecho una refulgencia grande. Donde todo eran sombras, brilló una luz. Fuera el pie del opresor, su yugo, su quebranto. Isaías nos dice cómo ha sido esto: nos ha nacido un niño. Nos trae la paz sin límites. Su reino se sostendrá y se consolidará con la justicia. Quedaremos así en manos del celo de Dios. Cantaremos y bendeciremos al Señor. Expresaremos a todos los pueblos su gloria. No podemos callar más. Que todos se alegren. Ya llega, ya llega a regir la tierra

Lo que acontece es, pues, no sólo para nosotros, para ti y para mí, sino para todos los pueblos y edades. Principio de temporalidad. Principio de la historia.

Esta es la buena noticia que esperábamos, y que ahora se nos hace realidad. Se ha hecho lugar entre nosotros el Mesías, el Cristo, diremos, junto a su traducción griega: Jesucristo. Estábamos en ello, veíamos cómo pasaban las jornadas y llegaba esta medianoche el momento esperado. Gloria a Dios en lo alto. Paz en la tierra a los que Dios ama.

Aquí tenéis la señal. Siendo un acontecimiento tan grande, la señal será también grandiosa. Pero ahora es cuando nos quedamos alelados por la sorpresa. Esta es la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.

¿Cómo es esto?, ¿todo consiste en un niño? Algunos creen ver maravillas, estrellas y ángeles, pero debe ser cosa suya, porque la señal es clara: veréis un niño. Y ya está. La carnecita del niño, unos pañales, un pesebre de animales. Como dice maravillosamente Manuel Iglesias en nota, empieza a realizarse el programa de las bienaventuranzas.

En este niño, todo niño queda iluminado por esa misma luz. En la pequeñez de esa carnecita, se nos ofrece y vemos la carne de Dios. Podemos tocarla, acariciarla, cuidarla, amarla. Todo cuidado de ese niño, de esa carnecita, toca a Dios. Todo niño recibe, en el niño Jesús, el amor infinito de Dios, su cuidado, su proyecto percibido desde toda la eternidad. La carne de todo niño, de todo recién nacido, de todo mamoncete que necesita el cuidado de su madre y de su padre para cada movimiento, para cada comida, para cada caricia, es ahora carne transfigurada de Dios. Nos ha nacido un niño, otro niño, cualquier niño. Luego, todo niño participa de la misma carne que la del niño Jesús. Desde su misma concepción, hasta su muerte y resurrección. Siempre junto a nosotros, siempre con nosotros, sin dejarnos nunca de su mano. Por eso, nosotros, con él, en él, por él, somos todos, igualmente, carne de Dios. Todos quedamos salvaguardados por su misericordia y su ternura. ¿Acontecerá, por el contrario, que nosotros despreciemos toda carne, desde el nacimiento y la concepción, hasta la muerte? Imposible, es siempre carne de Dios, ¡pues lo somos! Toda carne es bendecida por la gracia inagotable de Dios, que nos dio a su Hijo, también la tuya, la mía, la de todos.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid