San Marcos 1, 21-28:
¿Has venido a acabar con nosotros?
Autor: Arquidiócesis  de Madrid


El otro día un taxista (ahora soy muy amigo de los taxistas), me afirmaba con toda rotundidad que pronto dejarían casarse a los sacerdotes y ordenarían a las mujeres. “Si no es así esto se acaba” concluía. Es el típico pensamiento que uno cree original, pero que repite media humanidad y, las mentiras a base de repetirlas, se acaban considerando grandes verdades demostradas. Esto es como lo que pasaba con Darwin. El buen Carlos escribió una teoría y el siguiente que citó su libro dijo: “Como ya demostró Darwin en su teoría de la evolución, la mosca viene de la oveja.” Y se quedó tan ancho. Una teoría no es una prueba, es una hipótesis de trabajo, que todavía no se ha demostrado pero que la gente piensa que es dogma de fe (menos los científicos, el pobre Carlos Darwin ha envejecido muy mal). Igualmente, venga a repetir que la Iglesia está muy mal y que la solución es ordenar a las mujeres y casarse la mentira se va convirtiendo en axioma.
“Jesús y sus discípulos entraron en Cafarnaún, y cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad. Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar: -«¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios.» Jesús lo increpó: -«Cállate y sal de él.» El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió. Todos se preguntaron estupefactos: -«¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen.»” Tanto repetir lo fuerte que es el pecado que se nos ha olvidado la fuerza y autoridad de Dios. “Los demonios creen y tiemblan”. Tal vez uno de sus mayores éxitos en esta época haya sido el poner en solfa la autoridad de Dios. Tenemos que buscar planes, promociones, campañas para dar a conocer el Evangelio. Incluso acudimos a las rebajas espirituales para que los alejados se acerquen (“no, hombre, no. Eso no tiene hoy importancia ni es pecado”). Nos preocupamos al ver la Iglesia y buscamos al responsable. A veces confundimos el sufrimiento o el trabajo apostólico intenso con el que las cosas van mal: “Dios, para quien y por quien existe todo, juzgó conveniente, para llevar a una multitud de hijos a la gloria, perfeccionar y consagrar con sufrimientos al guía de su salvación. El santificador y los santificados proceden todos del mismo”. Si la Iglesia no sufriese persecución, sufrimientos y preocupaciones por las almas, no sería la Iglesia de Jesucristo. Podríamos pensar en lo cómodo que sería que todo fuese bien, ganásemos dinero y tuviésemos un mes de vacaciones pagadas, pero entonces estaríamos dejando de mirar a nuestro Salvador en la cruz.
La Iglesia no va mal, es una pequeña gran mentira. Es cierto que hacen falta más vocaciones, que en algunos lugares se ha enfriado la fe, pero en otros muchos donde hace unas decenas de años era desconocido Jesucristo ahora se le proclama y se confiesa como Salvador. Los frentes de la Iglesia son muchos: misiones en países pobres y pequeños y en las grandes ciudades, en los barrios marginales y en los pequeños pueblos de las sierras, en Internet, los medios de comunicación social, las relaciones humanas, las estructuras y superestructuras que les encanta crear a las asociaciones humanas (y a las clericales). Hay presencia de la Iglesia en muchísimos sitios, y eso exige esfuerzo, por supuesto. Pero eso no significa que la Iglesia vaya mal. El Espíritu Santo ha promovido los distintos carismas laicales que hacen que no sólo sean sacerdotes los que se sienten implicados la misión de la Iglesia y miles y miles de personas dedican su vida, su tiempo y sus esfuerzos desde evangelizar una aldea en China a dar catequesis en su parroquia y en su trabajo. Eso hace que queramos ser más y ser mejores, por supuesto. Nos exige más entrega, mas oración, más fidelidad para que el dueño de la mies envíe operarios a su mies, pero desde luego hay que desterrar el sentimiento de derrota, “ puesto a someterle todo, nada dejó fuera de su dominio. Pero ahora no vemos todavía que todo le esté sometido,” y aguando el Evangelio o rebajando sus exigencias no haremos que nada se le someta, sino que se burlen del Evangelio los enemigos de la Iglesia.
Ponerse en manos de nuestra Madre la Virgen es encontrar confianza, saber de quién nos hemos fiado y, doliéndonos profundamente por nuestros pecados, afirmar que la Iglesia está muy bien si está muy unida a aquel que acaba con el pecado del mundo.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid