San Marcos 5,21-43:
Una nube ingente de espectadores nos rodea
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

Heb 12,1-4; Sal 21; Mc 5,21-43

También nosotros nos hemos convertido en espectáculo, como lo fue Jesús en la cruz (Lc 23,48). ¿Qué esperan de nosotros? Que quitándonos el pecado que nos ata, corramos sin retirarnos en nuestra carrera, fijos los ojos en Jesús, quien inició y completa nuestra fe, soportó el dolor y la cruz, y ahora está sentado a la derecha del Padre. Quien probó la muerte a favor de todos, y lo hizo por gracia de Dios (2,9), rodeado de debilidad, como nosotros (5,2), excepto en el pecado (4,15), probado por lo que padeció (2,18). Quien a pesar de ser hijo, sufriendo, aprendió a obedecer (5,8). Espectáculo genial en el que tomamos parte, pues autor de salvación eterna para todos los que le obedecen (5,9), nosotros, sus seguidores. De esta manera, Señor, te alabarán los que te buscan, nos dice el salmo, los que contemplan, también en nosotros, esa espectáculo admirable, el de su propia salvación.

En el episodio de Jairo y de la hemorroísa veremos cómo se hila este espectáculo que se hace con nosotros llevándonos —¡hasta la cruz!— por un camino de fe, como a ellos les llevó.

Varias cosas sorprenden. La complejidad del relato: dos en uno; uno reflejándose en el otro. Un interlocutor continuo, Jairo, que nada tiene que ver en el relato cruzado. El único dirigente religioso que se acerca a Jesús para pedirle algo. Claro, su misma persona está en juego con la vida de su hija. Una palabra y un tocamiento. ¿Tenían a Jesús por un taumaturgo excepcional? Bien está, porque lo era. Pero las condiciones son, lo vemos una vez más, cuestión de fe. Algo que va mucho más allá, que se acerca a Dios de manera inenarrable. Fe en su persona. Fe en su palabra. Fe en sus idas y venidas —no, no ha olvidado la curación de la niña—, que sólo buscan el cumplirse de eso en lo que creen. Mejor, que en quien creen asuma la fuerza de su fe. Todo quedará como entre ellos. La niña estaba viva, no había muerto. ¿Quién se interesará en una pobre mujer sola, pues los flujos de sangre la hacían radicalmente impura para la comunidad y para el acercamiento sexual a ella, la intocable, por tanto? Ya no pide nuevas atenciones de nuevos médicos: busca la curación. Recurre a Jesús, pero sin molestarle, sin solicitarlo con explicitud. Busca tocar a quien no puede tocar. Tiene conocimiento físico por su cuerpo de ese tocamiento: está curada. Y Jesús le lleva a pronunciar una palabra pública: se le echó a sus pies y confesó todo. Doce años para una y para otra. Hija, llama a las dos, aunque la hemorroísa es mayor. El diálogo con Jesús la ha integrado en el espacio de fe y comunicación con él. También a Jairo, con quien sigue el relato, abierto a lo inesperado, sólo le queda la fe, y esta reposa en la palabra de quien le dijo: No temas, basta que tengas fe. La niña, a los doce años —levántate—, se ha hecho mujer, capaz de existencia autónoma. Tal es el espectáculo de la fe en Jesús del que nosotros somos primeros espectadores.

No se verá la fuerza de todo lo que ha acontecido hasta después de la resurrección. Antes, todo podría interpretarse de otras maneras; malinterpretarse, por tanto. Los tres primeros de la lista de los apóstoles son ahora sus testigos, como lo serán en la transfiguración (Mc 9,2) y en la oración en Getsemaní (14,33).

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid