San Marcos 6,30-34:
Vayamos con él a descansar un poco
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

Heb 13,15-17,20-21; Sal 22; Mc 6,30-34

Tras la vuelta atrás de la narración al episodio de la muerte del Bautista, vemos cómo los apóstoles vuelven de la misión. Vayamos a descansar un poco, les dice. ¿Por miedo a lo acontecido con Juan? No, el narrador ha relatado su ejecución como algo del pasado, donde vimos que sus discípulos se congregaron para enterrarlo. Los de Jesús, en cambio, convergen hacia él para contarle todo lo que habían hecho y enseñado. Es el único pasaje del evangelio donde la acción de enseñar es atribuida a alguien fuera del propio Jesús; los apóstoles prolongan su enseñanza, y el objeto de su proclamación fue indicado antes: la conversión (6,12). Jesús nada dice sobre su apreciación de la misión. Descansemos. Pero al punto veremos la imposibilidad del descanso, tantos eran los que acudían a ellos.

En torno a Jesús parece haber un desconcierto incesante en el ir y venir que no les deja tiempo ni de comer. Una vez más, como ya había acontecido antes (4,1.36), la barca les permitirá escapar a la presión del gentío, buscando un lugar tranquilo y apartado. Pero el gentío se adelanta. Los apóstoles no vuelven a aparecer hasta el comienzo de la próxima escena —en realidad una única escena con la de hoy, cortada, simplemente, por necesidades de la liturgia—, la multiplicación de los panes, cuando reaparecen bajo la figura de discípulos.

La visión del gentío al desembarcar en el lugar de su descanso le llega a las entrañas a Jesús, y le dio lástima, pues ve a la gente como ovejas sin pastor. Esta imagen se ha convertido en proverbial en el AT, para estigmatizar el hecho de que el pueblo sufre por ser dirigido sin firmeza (Nú 27,17; 1Re 22,17; Jud 11,19) o por ser mal dirigido (Ez 34,8; Za, 10,2). ¿Se refiere a las autoridades religiosas judías? El contexto parece llevar a los mismos apóstoles. Su misión ha sido en un cierto aspecto un éxito, pero en medio de una enorme desorganización, como si la muchedumbre siguiera sin pastores. Cuatro son las carencias: la del descanso, la del alimento, la del lugar desierto tranquilo y la falta absoluta de organización (Camille Focant). Todo prepara la multiplicación de los panes.

Vamos viendo en Marcos cómo el Señor es nuestro pastor; cómo nos lleva a los buenos lugares de descanso, a los buenos pastos. ¿Obscuridades? Nada temo, pues él me guía. Su bondad y su misericordia estarán por siempre con nosotros.
Cerramos, con pena, la lectura de la carta a los Hebreos. Lo que más impacta de ella no sea tanto, quizá, la absoluta novedad de ver a Jesús como sumo sacerdote y como víctima, cuya sangre le abre, y nos abre, el cielo, la nueva Jerusalén que somos nosotros, su Iglesia, sino todo el lado del sufrimiento de Jesús: él, que era Hijo, sufriendo, aprendió a obedecer. Uno queda estupefacto de esta enseñanza. Nos hace entender nuestro propio sufrimiento. Nos hace entender la pedagogía de Dios. Los sacrificios de alabanza ahora ya los ofreceremos por él. ¿Cuáles? ¿Meras externalidades, es decir, animales o, quizá, sacrificios, penitencias que nos impongamos a nosotros mismos? Hacer el bien y ayudarnos mutuamente. No olvidar el vaso de agua que, dándoselo a quien no lo tiene, sin saberlo siquiera, se lo damos a él.

Jesús es el gran pastor de las ovejas que sube de entre los muertos por la fuerza del Dios de la paz, quien, por él y con él, todo lo realizará en nosotros.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid