San Marcos 1,29-39:
Anunciando el evangelio de balde
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

Job 7,1-4.6-7; Sal 146; 1 Co 9,16-19.22-23; Mc 1,29-39

Jesús no se queda en la sinagoga oyendo elogios. Continúa enseguida los desplazamientos incesantes de esta primera sección del evangelio, ligados a la necesidad del ministerio. Los cuatro primeros discípulos están siempre presentes, pero no participan en la acción; como si observaran para aprender, pues enseguida serán enviados para predicar y expulsar demonios. Ahora, sin duda, interceden ante Jesús. La hizo levantarse tomándola de la mano. Es decisivo el verbo levantar, que será utilizado también para la resurrección de los hombres (12,26; la hija de Jairo, 5,41, y el niño epiléptico, 9,26-27), y la de Jesús (14,28; también 6,14.16). Se anuncia discretamente un tema simbólico cuyos armónicos se irán desarrollando en lo que sigue. La acción de Jesús aventa todas las instancias del mal, demoníacas o corporales. El servicio que viene a continuación puede ponerse en paralelo con el de los ángeles en 1,13. Servicio que acá se corresponde con las reglas de la hospitalidad, sí, pero anticipación de un tema raro, pero importante, del evangelio. En lo que sigue, el verbo servir sólo se utilizará para describir el de Jesús (10,45) y el de las mujeres discípulas en Galilea (15,41).

El sábado ha terminado. Está permitido transportar enfermos. El haber esperado la puesta del sol marca en filigrana que el entusiasmo del gentío se expresa en el respeto a sus obligaciones religiosas. Jesús ordena a los demonios que callen, pues ellos sí conocen quién es, pero ese conocimiento debe ser el de las personas, no el de los seres demoníacos.

Retiro de Jesús, alejándose de sus discípulos, y búsqueda de estos; diálogo entre ellos; vuelta al ministerio extendido ahora a toda Galilea. Jesús no quiere retener sus acciones, limitándolas a las gentes de Cafarnaún. Manifiesta su autoridad e independencia señalando nuevos caminos. El vamos, en imperativo, asocia a sus discípulos, llevándolos a lugares todavía no visitados. Predicar se emplea de manera absoluta, pero el contexto señala anuncio del evangelio de Dios (1,14), tal es el objeto de la predicación de Jesús en el evangelio de Marcos. La combinación de la predicación con los exorcismos es programática (1,21-28) y se extenderá a partir de ahora a todas partes.

¡Ay de mí si no anuncio el evangelio! Este grito de Pablo, ¿es nuestro también? Ahora que nos hemos mezclado con los cuatro primeros apóstoles y vamos siguiendo los extraños vericuetos de la vida de Jesús, pero de la que con ventaja sobre ellos sabemos su desarrollo total por el relato de Marcos, donde todo lleva a la exclamación del centurión en la cruz:
Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios, ¿no será este nuestro oficio, como el de Pablo: dar a conocer el evangelio de balde? Un evangelio de gracia y de misericordia para todos, por el que nos hacemos todo con todos. ¿Conocéis mejor trajín?
Job hace temblar las carnes de quien lo lee. El puro sufrimiento, casi un sufrimiento abstracto. Sólo tiene relación, de verdad, con el mismo Dios. Terribles los amigos —enemigos mortales, más bien— que quieren consolarle, adelantándose a decir a Dios: mecachis, qué guapo soy, mírame bien. Cuando con Job sólo cabe una actitud: sentarse junto a él en silencio. Silencio desgarrado. Silencio que llega hasta lo profundo de quien hubiera querido consolarle. Un silencio en el que, si no es entrando en el mismo misterio de Dios, sólo cabe la rebelión por el amigo y, luego, por sí mismo.
Misteriosas palabras: el Hijo, sufriendo, aprendió a obedecer (Heb 5,8).

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid