San Marcos 7,1-13:
¿Restregarse bien las manos?
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

Gé 1,20-2,4a; Sal 8; Mc 7,1-13

Ante estas páginas asombrosas que indican de manera tan certera quiénes somos y lo que es el mundo, señalándonos ya quien va a venir, ¿gastaremos el tiempo restregándonos las manos como los fariseos, cerrados a la increíble novedad que nos aparece como cumplimiento del “y vio Dios todo lo que había hecho: y era muy bueno”?

No podemos olvidar en nuestra lectura que el cap. 1 adelanta las obscuridades que leeremos en los capítulos 2 y 3, más antiguos. Buscando recomponer el rostro de la historia de Israel, parte de un elemento fundamental: la fuente de toda la historia, más allá de nuestra historia, la creación. En el principio, un principiar que es un fin. Un inicio que es el proyecto terminal hacia el que todos deberíamos caminar. La cosa primera, la más noble y bella: la creación, lo creado; pero aún más, el hombre.

Texto titánico con varios elementos. Hieratismo, solemnidad, con siete coladas que describen una arquitectura armónica; el universo en su conjunto es una catedral hecha en siete días. Aparecen números dominantes: 2, 6, 7, 8. El 2, en un primer momento, separa. Tres días de separación: la luz de la tiniebla y el agua de la tierra. Separar es un modo semítico para indicar la creación, que es poner orden: primero es el caos confuso y después las cosas que toman forma, es decir, se separan. En un segundo momento del 2, el ornamento del agua y de la tierra. El 6, son seis días de creación, pero este número es el máximo de la imperfección, de lo limitado, casi una maldición, y el hombre aparece este sexto día. Tras ese susto morrocotudo, el día 7, el descanso. ¿Destinado a quién? Las obras son 8: una cada día, dos el tercero y el sexto, ocho en total. El número expresa música, armonía.

Crear. De modo contrario al del Oriente antiguo, Dios aparece aquí bien modesto: como un trabajador. La imagen más elevada de Dios es el hombre que trabaja, que crea con su fantasía, en una actividad pacífica. Crear de la nada. Y, sin embargo, para nuestras mentalidades logificadas, parecería haber ya una especie de materia prima, primordial, caótica; pero no es así, esas palabras del autor semita —con una incapacidad endémica de expresar la abstracción— indican que Dios es primero, primero en absoluto. Hay un viento del Espíritu de Dios, el espíritu creador. Dios pasa por donde nada hay e incubándolo lo hace florecer. Recuérdense los huevos rojos de la Pascua ortodoxa.

Alegría del Dios creador al ver cómo todo lo que hacía era cosa buena. Alegría creciente, hasta explotar el sexto día.
Si leemos esta larga letanía de los siete días veremos que son dos los actores: el cosmos y el hombre, pero que es el segundo el que sobresale por completo. La tradición sacerdotal, que ha escrito esta página, subraya que por encima de estos dos actores hay uno que todo lo domina con esplendor y grandeza única: ‘Dios dice’. Tal es el nombre de Dios, quien creando, no mueve las manos. Un trabajador, sí, pero su instrumento es la palabra; el mayor y más potente instrumento que nosotros poseemos. En él, Logos, Palabra por excelencia, eficaz y perfecta. Nosotros, a su imagen y semejanza.

Nótese que cuando llega el momento de la creación del hombre hay un microscópico cambio en el nombre: ‘Dios le dice’. Ahora ya es un hablar con otra persona, no con solas cosas. Dios establece diálogo con el hombre (Gian Franco Ravasi).

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid