San Lucas 4, 24-30:
James Stewart y Joel -extensión 3412-
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

“Con el rico y el poderoso, has de ser orgulloso”… No, no es de la Biblia. Ni tampoco es mío. Es la traducción cursi -para que rime, probablemente- que se escucha en la versión doblada al español de la película “Historias de Filadelfia”… Todo un clásico. La frase la pronuncia James Stewart, y, aunque cursi en su traducción, nos sirve para desvelar el misterio de la Palabra de hoy.

La verdadera sanación del general sirio Naamán fue mucho más allá de su curación corporal. Mucho más graves que la lepra eran las dos enfermedades que consumían su alma: la idolatría y la soberbia. Cegado por esta última, creyó que el profeta se sentiría obligado a presentarse en persona ante él… Quizá lo imaginó postrado a sus pies: “¡Mi general, qué gran honor me hacéis al llamar a vuestro siervo! ¿Acaso este pobre profeta podrá ayudaros?”… Algo así. Y, claro, Eliseo, como si hubiera escuchado a James Stewart, decide tratarlo como me tratan a mí los de Wanadoo, a quienes pedí el ADSL hace tres meses y aún me ponen música por el teléfono cada vez que llamo para preguntar cuándo llega. Eliseo no le puso a Naamán la llamada en espera -en eso, Naamán, no te quejes, que a mí me va peor-, pero le envió a un responsable de atención al cliente: “buenos días, le atiende Joel, extensión 3412. ¿Es qué puedo ayudarle?”. Como suelen hacer estos personajes telefónicos, Joel -extensión 3412- le leyó a Naamán el manual: “Ve a bañarte siete veces en el Jordán, y tu carne quedará limpia” (¡Y menos mal que no le puso una “incidencia”!)… El sirio agarró un cabreo como los que agarro yo por el teléfono, aunque supongo que el del sirio fue peor: yo no soy un general, soy un don nadie con cara de primo. Pero si yo fuera un general como Naamán, igual hasta soltaba aquello de “¡No sabe usted con quién está hablando!”…

En definitiva, el mensaje de Dios hacia aquel hombre estaba más que claro: “¿Quién te has creído que eres, Naamán? ¿Crees que voy a obedecerte Yo a ti, cuando eres tú quien me debes obediencia? Obedéceme, y yo te sanaré por pura Misericordia”… Gracias al consejo de un amigo, Naamán se humilló: se acercó al Jordán y se bañó no una sino siete veces, las mismas que le había indicado Joel -extensión 3412-… Y quedó sano. Sano de la soberbia, de la idolatría, y de la lepra.

Lástima que no sucediera lo mismo con los nazarenos del evangelio: al igual que Naamán, se creían con derecho a obtener un signo de Jesús. El Señor los invita a humillarse y reconocer su falta de fe, y para ello les cita como ejemplo a Naamán… Era más de lo que la soberbia de aquellos hombres podía soportar. Se volvieron contra Él e intentaron matarlo.

Obediencia y humildad… No hay otro camino. Puedes pasarte la vida dándole vueltas, pero no hay otro camino. Hasta que no seas obediente y humilde, hasta que no seas discípulo, no podrás salvarte. Levanta los ojos hacia tu Madre del Cielo y aprende, porque “Dios ha mirado la humildad de su Esclava”.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid