San Juan 4,43-54:
¿Creía él mismo su esperanza?
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

Is 65,17-21; Sal 29; Ju 4,43-54

Llegando esta lectura de Isaías uno se dice: no es verdad. Isaías es un iluso, un engañador, quizá, porque ¿podía creer él mismo sus palabras? No vivimos en un cielo nuevo y una tierra nueva; quien lo diga es mentiroso pertinaz. Al contrario, cada día el cielo es más viejo y la tierra más hastiante, si cabe. ¿Cómo nos dices estas cosas, tan manifiestas falsedades? ¿Quieres que nos recluyamos en un corralito de mentira y mentecatez, desconociendo de manera tan burda quiénes somos de verdad y cómo es el mundo?

Fijaos, las palabras que me han salido son las de alguien que ha perdido por completo la esperanza. Mas las lecturas de hoy, una vez más, son una llamada plena a la esperanza. Lecturas que no van por suelto, sino que se encuadran en un acto asombroso de acción de gracias, porque eso que nos indica Isaías no es una realidad tangible, sino una promesa, lo que está adviniendo, que ya comienza a crecer en nosotros, queriendo hacer de nosotros actores principales de eso que viene. Mas algo que se nos dona, no que sacamos de nuestras propias fuerzas al mirar el fastidio de lo que somos y de lo que es el mundo.

Mirad, eso que decís, porque no tenéis esperanza, es hacedero. Lo imposible es posible. ¿Cómo? ¿Me lo tendré que dar yo a mi mismo?, ¿me lo darás tú? No, es fruto de un encuentro y de una súplica. ¿Encuentro con quién, con los hacedores de las vanas esperanzas, de las ideologías, de los engaños fumantes, del derroche sexual buscador de placeres continuados, del encuentro, por fin, con el dinero y el poder? Pues no, fruto del encuentro con esa singular persona que se llama Jesús.

Encuentro vivo, en la carne. El funcionario real oyó de él y corrió a él. Había perdido toda esperanza, pero le quedaba aún un resto de inconformismo, no quería aceptar la muerte de su niño. Y corrió a Jesús en el puro anhelo. ¿Qué buscaba? Lo imposible: la vida de su hijo. Como si no murieran injustamente cada día miles de niños, envueltos también en la desesperanza. Se acercó a Jesús. ¿Qué le pide? Lo que le preocupa en lo más íntimo de sí. ¿Es que tiene alguna esperanza, hay alguna probabilidad de la curación de su hijo? Todas esas maneras las tiene ya perdidas. Pero Jesús es, para él, una esperanza, última, definitiva esperanza. ¿Por qué? Por lo que ha oído, seguramente. Signos y prodigios. ¿Por qué no también con mi hijo? Señor, baja antes de que se me muera mi niño.

No tiene más dentro de sí. El mundo se le cierra con esa muerte. Ya no cabría la esperanza en su vida. Sólo la negrura del vivir cotidiano en la mentira y la mentecatez, que él, por su posición social, conoce bien. Insiste: baja. Anda, tu hijo está curado. Pero ¿cómo?, ¿curado a distancia, curado por internet? Curioso, y ahora viene el punto clave: el hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino. Una vez más, el punto clave está en ese creer que acepta hasta lo imposible, lo incontrolable, lo que de primeras no tendría ni pies ni cabeza. Lo que hace hervir en nosotros la esperanza. Bajó y vio, a la misma hora su niño quedó curado.

¿No es una historia que nos llena de asombro? Cree, y la esperanza se hace realidad en tu vida. Ahora sí, el mirad de Isaías tiene espesor.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid