San Juan 21, 20-25:
A la espera del Espiritu Santo
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

Hch 28, 16-20.30-31; Salm 10, 4-7; Juan 21, 20-25

Mañana celebramos la Solemnidad de Pentecostés. Es un día muy importante porque recordamos la efusión del Espíritu Santo sobre los apóstoles. El Espíritu Santo va a guiar a la Iglesia y una de sus funciones va a ser ir indicando en cada momento lo que conviene saber y cómo hay que actuar. Precisamente en el evangelio de hoy leemos esa pregunta que Pedro le dirige a Jesús: “Señor, y éste ¿qué?”.

Jesús responde con una evasiva. Y la respuesta que dio Jesús fue malinterpretada por algunos que pensaron que aquel discípulo, seguramente san Juan, no moriría. Pero el Señor no había dicho eso. Lo mismo podríamos aplicar a muchas otras palabras y acontecimientos de la vida de Jesús. Están escritos en el Evangelio y nosotros podemos interpretarlos de una determinada manera. Si la Iglesia no dispusiera de la asistencia del Espíritu Santo muy probablemente nos equivocaríamos con frecuencia sobre el sentido de los textos. De hecho, sin el Espíritu Santo, tampoco sabríamos a qué textos atender. Ni siquiera tendríamos la certeza de dónde se contiene la Palabra de Dios.

Por otra parte, se señala al final del evangelio de hoy: “Muchas otras cosas hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que los libros no cabrían ni en todo el mundo”. Al meditar estas palabras caigo en la cuenta de que el Señor no sólo hizo muchísimas cosas que desconocemos, sino que también ahora Él continúa actuando. Además, aunque ciertamente nos gustaría conocer con más detalle la vida del Salvador, lo importante es que conocemos aquello que nos conviene. Es lo que está contenido en el canon de la Biblia que nos propone la Iglesia. Pero no sólo disponemos de los textos sagrados, sino también del mismo Espíritu Santo.

Nuestra vida cristiana es conducida por Él. Por eso aunque desconozcamos detalles de la vida de Jesús, sin embargo podemos tener una relación muy estrecha con Él. Podemos también ir viendo de qué manera configura nuestra vida y la conduce. Desconocemos, al igual que sucede con el discípulo amado, que va a ser de nosotros, pero tenemos la certeza de que el Señor siempre va a estar ahí, acompañándonos. Eso es mucho más importante. Nosotros también, cada uno, podríamos escribir la historia de todo lo que Dios ha realizado en nuestra vida: en la vida de millones de personas a lo largo de los siglos. Cada cristiano da testimonio y es como un texto escrito por Dios. El Espíritu Santo nos va modelando para que resplandezca en nosotros el amor que el Señor nos tiene y lo reflejemos a los demás.

En esta vigilia de Pentecostés, pidamos con insistencia que venga a nosotros el Espíritu Santo. Que sea Él quien conduzca nuestras vidas. No intentemos condicionar la ayuda divina ni antepongamos nuestros proyectos al plan de Dios. Lo mejor para nosotros es lo que Él ha dispuesto y, para que llegue a feliz término, nos envía el Espíritu Santo.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid