San Mateo 12, 38-42:
¿No había sepulcros en Egipto?
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

Cada día se va confesando más gente en la parroquia, algunos son de confesión habitual y otros hace meses o años que no se confiesan. Cuando se empieza en la vida espiritual suele suceder que al poco viene alguna pequeña crisis. Uno quiere, de verdad y de corazón, romper con su antigua vida, empezar de nuevo, y quiere ver frutos rápidamente. Muchas veces se piensa que ya no va a costar hacer oración, venir a Misa, vivir la caridad, y que el hombre viejo del pasado quedará enterrado para siempre. Pero en la mayoría de los casos (no hay dos personas iguales), no es así, y como las cosas cuestan pensamos que estamos haciendo algo mal.
“En aquellos días, cuando comunicaron al rey de Egipto que el pueblo había escapado, el Faraón y su corte cambiaron de parecer sobre el pueblo, y se dijeron: -«¿Qué hemos hecho? Hemos dejado marchar a nuestros esclavos israelitas.» Hizo preparar un carro y tomó consigo sus tropas.” El demonio, las pasiones, los vicios adquiridos durante tiempo se sienten derrotados ante la gracia de Dios, pero, como si fuesen el faraón, de pronto se dan cuenta que se les está escapando la presa y vuelven con mas fuerza y empuje que antes. Es entonces cuando nos puede venir el desánimo: (los israelitas) “muertos de miedo, gritaron al Señor. Y dijeron a Moisés: -«¿No habla sepulcros en Egipto?, nos has traído a morir en el desierto; ¿qué es lo que nos has hecho sacándonos de Egipto? ¿No te lo decíamos en Egipto: “Déjanos en paz, y serviremos a los egipcios; más nos vale servir a los egipcios que morir en el desierto”?»” Uno piensa que no puede, que es así, que no está hecho para la santidad y para vivir como hijo de Dios, está apunto de tirar la toalla y darse por vencido. Para eso necesitamos un buen director espiritual (o como quieras llamarlo), que nos acompañe y nos aliente. “Moisés respondió al pueblo: -«No tengáis miedo; estad firmes, y veréis la victoria que el Señor os va a conceder hoy: esos egipcios que estáis viendo hoy, no los volveréis a ver jamás. El Señor peleará por vosotros; vosotros esperad en silencio.»” Esa es la diferencia, antes de volvernos al Señor pensábamos que estábamos solos, nos resignamos a ser esclavos. Una vez que dejamos a Dios entrar en nuestra vida (es muy respetuoso el Señor con nuestra libertad), ya no luchamos solos, es él el que vence.
Pero a veces nos entra la prisa. “En aquel tiempo, algunos de los escribas y fariseos dijeron a Jesús: -«Maestro, queremos ver un signo tuyo.»” Como si la misericordia, la Eucaristía, la presencia de Dios, la acción del Espíritu santo, la Iglesia, el perdón de los pecados y un largo etcétera no fuesen un signo del Señor. Pero si confiamos, si nos ponemos incondicionalmente en manos del Señor, si le ofrecemos a Él nuestras luchas, nuestros pecados y nuestras debilidades, si nos levantamos una y otra vez sabiendo que la mano misericordiosa del Señor nunca se aparta de nuestro lado, si sabemos que es él el dueño de nuestras victorias, entonces habremos cambiado de vida. No querremos que nos entierren en Egipto sino que querremos vivir siempre con Aquel que sabemos que nos ama, hasta entregarse por nosotros.
María es la columna fuerte en la que apoyarnos cuando sintamos la debilidad de nuestro ser, ella nos recuerda que estamos hechos para el Señor y Él nunca nos abandona, a pesar de nuestras miserias.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid