San Juan 20, 1. 11-18:
Pobre Magdalena
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

Todas las semanas asisto a unos centros de reclusión de menores, tema que ahora está desgraciadamente de actualidad en España. Cuando no los conoces la gente se hace ideas de lo más peregrinas, incluso que rallan lo absurdo, pensando que todo está lleno de pervertidos, violentos y pequeños monstruos. La realidad es completamente distinta, una vez que empiezas a conocerlos ves que casi todos son chavales que han tenido muchas carencias, han vivido mucho la calle, han pasado experiencias muy traumáticas, pero no dejan de ser chavales que en muchos casos han perdido su infancia y su adolescencia. Ciertamente no son hijas de la caridad y algunos en ocasiones pueden ser violentos y suelen mentir mucho, tienen que cumplir una condena pues han cometido delitos pero normalmente si les cariño y afecto te respetan y te aprecian. Pero cuando algo no se conoce se tiende a idealizar o demonizar, dependiendo del caso. Lo que no se conoce suele causar miedo, perplejidad o, en ocasiones, una extraña atracción.
Ellos (los ángeles) le preguntan (a María Magdalena): -«Mujer, ¿por qué lloras?» Ella les contesta: -«Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto. » Dicho esto, da media vuelta y ve a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Jesús le dice: -«Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?» Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta: -«Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré.» Jesús le dice: -«¡María!» Ella se vuelve y le dice: -«¡Rabboni!»” María Magdalena se ha convertido en uno de los personajes más controvertidos del Nuevo Testamento en la actualidad, se la achaca todo tipo de cosas sin ningún fundamento. ¿Por qué? Lo ignoro, pero me imagino que es justamente por ese desconocimiento, por esa ignorancia, que provoca miedo. Lo que el Evangelio nos trasmite de María Magdalena es que amaba al Señor. Lo amaba con su corazón de mujer, lo amaba entregándose sin reservas, sin guardarse nada para sí, ese amor vencía el miedo a los judíos que tenían los apóstoles, no la impidió acompañar a Jesús hasta la cruz, atender a los discípulos en lo que precisaban, acercarse de madrugada a cuidar el cuerpo de aquel al que quería. Como algunos no saben querer así, entregándose del todo, sin buscar nada, desconocen lo que es eso y se asustan. Entonces tienen que mancillar el amor puro y gratuito y mezclan sus ideas del amor, del sexo, del interés, de los hijos, de no se qué narices con la vida de María Magdalena, diciéndose: “Como yo no puedo amar así, no tolero que Dios me pida ese amor tan gratuito, no estoy dispuesto a darlo, tengo que poner ese amor bajo sospecha.” Pobre Magdalena. ¿Cómo no ibas a amar si te habías acercado al que es el Amor encarnado, al Amor de los Amores? Y ese amor no pide nada a cambio, se vive amando. Por mucha rabia que le dé a muchos que sólo aman el dinero, el poder, la fama o a sí mismos, el amor puro y auténtico existe. Querrán mancharlo, estropearlo, disfrazarlo, pero al final, para el que se deja, el amor de Dios se descubre y entonces no puedes más que responder amando.
¡Pobre María Magdalena! Mejor dicho, pobres los que no saben amar, esos si que lo tienen que pasar mal. María Magdalena estaría acompañada de nuestra Madre la Virgen, lo estará ahora en el cielo ¿qué más le dará lo que digan? Ya no tiene lágrimas para llorar, sólo tiene que amar, como estamos llamados a amar tu y yo.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid