San Lucas 12, 35-38:
Todo a punto
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

Tengo que llevar el coche a revisión. Ya ha pasado los 30.000 Km. y es una buena cosa dejarle algo de dinero al concesionario para que le echen un ojo. De momento no falla y eso hace que, un día por otro, lo dejo para el día siguiente, para la semana siguiente, para los próximos mil kilómetros, para… el momento en que le coche diga basta. Más vale que me ponga como propósito el llevarlo cuanto antes.
“Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame.” Creo que era Saramago (en un arranque de genialidad casposa), el que dijo el otro día que la muerte era la inventora de Dios. ¿Por qué hay gente que lucha contra Dios? Porque Dios implica la vida entera, da sentido a la vida y a la muerte, no nos puede dejar indiferente. Tal vez algunos deseen un Dios que no se meta en nuestra vida, que simplemente sea un garante de su muerte y nada más. Pero Dios implica el ahora, este momento que estás viviendo ahora y lo que hagas a continuación. Por eso a Dios no le presentamos un resumen de nuestra, una valoración global, una visión de conjunto. A Dios le presentamos cada instante de nuestra vida, como decía un amigo, ahora es cuando decimos si o no a Dios. El día que falle una pieza del coche no podré decirle al mecánico: “Pero hasta ayer funcionaba muy bien”, efectivamente, me dirá, pero hoy se ha roto.
Pero este texto del Evangelio de hoy se ha entendido muchas veces desde el miedo, desde el temor a que Dios nos “pille” en un pecado. Las lámparas no se encendían para ahuyentar a los ladrones o para descubrir de lejos al novio y dejar de jugar al poker. No, se encendían en servicio del novio, indicarle el camino y encuentre la casa perfectamente preparada. Por eso tener ceñida la cintura y encendidas las lámparas no significa tanto el evitar la oscuridad del pecado, sino el preparar nuestra vida para el amor de Dios que viene. Tenemos que preparar la casa, aprender a amar más y mejor, según el modelo del corazón de Cristo. Por eso se pueden tener encendidas las lámparas desde la más tierna infancia. Tal vez no seamos capaces de bebés de manifestar el amor o de expresarlo con palabras, pero somos capaces de ser amados, de recibir el amor de nuestros padres , de conocer la gratuidad y el desvelo por la persona querida. Cuando crecemos vamos poniendo en práctica eso que aprendimos de pequeños y descubrimos el amor misericordioso de Dios, la grandeza de amar hasta a los enemigos, la capacidad de entrega que tenemos cada uno por los demás. Entonces la casa va estando bien arreglada, bien iluminada y el novio puede llegar cuando quiera, no nos asusta.
Es cierto que en ocasiones nos descuidaremos pero “si creció el pecado, más desbordante fue la gracia. Y así como reinó el pecado, causando la muerte, as! también, por Jesucristo, nuestro Señor, reinará la gracia, causando una justificación que conduce a la vida eterna.” Cuando tenemos la casa bien arreglada un papel en el suelo llama la atención y enseguida lo recogemos, cuando la casa está a oscuras y echa un asco ni nos damos cuenta de la porquería. Si el coche funciona bien enseguida noto un ruido que delata una posible avería, si está hecho un cascajo lo difícil será que escuchemos la radio.
La Virgen siempre está con la lámpara encendida, pero ella no espera al esposo, su Hijo, que ya llegó, nos espera a nosotros. Que ella nos guie.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid