San Mateo 9,27-31:
Pronto, muy pronto
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

Is 29,17-24; Sal 26; Mat 9,27-31

Aquel día, aquél día, pronto, muy pronto, sí, pero ¿cuándo?, ¿dónde?, ¿quién? El Líbano se nos convertirá en vergel, el vergel en bosque. Los sordos oiremos las palabras del libro; los ojos de los ciegos verán sin tinieblas. ¿Quién nos traerá todo esto?, ¿quién conseguirá que los oprimidos volvamos a alegrarnos con el Señor? La oración colecta pone un punto especial de comprensión: el brazo liberador de Dios nos ha de salvar de los peligros que nos amenazan… a causa de nuestros pecados. No podemos olvidar esta perspectiva tan perfectamente realista, que tiene tan en cuenta lo que somos en nuestra realidad honda. No nos olvidemos del horizonte de nuestro pecado. Es verdad que, como nos anuncia Isaías, también se acabó el opresor y terminó el cínico, pero él mismo añade que serán aniquilados los despiertos para el mal. Seremos liberados del pecado y de la muerte. El mal ya no tendrá poder sobre nosotros.

Veremos la santidad de Dios, que nos acogerá en su seno de gracia y misericordia. Ahí esta el quicio de lo que se nos ofrece. Porque es el Señor nuestra luz y nuestra salvación. Cuando él está conmigo, ¿a quién temeré? Tenemos ánimo, esperamos en el Señor. Viene a nosotros la santidad de Dios para, en ella, hacernos santos. Limpiemos de hojarasca nuestra vida y nuestro ser. ¿Hojarasca solo? ¿Podremos?, ¿tendremos fuerzas? No os preocupéis, que la fuerza nos viene del Señor.
Sí, sí, pero ¿quién?

Dos ciegos seguían a Jesús gritando: ten compasión de nosotros, Hijo de David. Ahí está la cuestión. Por un lado, Jesús que pasa por el camino. Por otro, los ciegos que barruntan que algo en él se les va a donar: la compasión de Dios, la cual llevará a la liberación de su ceguera. Prosiguen tras él gritando. Insisten. Confían en quien no han visto, pero presienten. Lo han oído. La salvación les entra por el oído. ¿Qué oyen? Ruidos, palabras sueltas. Oyen el paso del Señor. Turbamulta de gente que le rodea. Insisten. Al llegar a casa, sólo entonces, se le acercan los dos ciegos. Como siempre, en Jesús se da una llamada a la fe: creéis que puedo hacerlo. Le seguían gritando, a trompicones, precisamente porque así lo creían, ¿habían oído quién era y lo que hacía?, ¿era no más que un presentimiento obscuro y sin razones, simplemente porque confiaban en la misericordia de Dios para ellos? Contestaron: sí, Señor. Jesús les tocó los ojos y dijo: que os suceda conforme a vuestra fe.

¿Por qué la necesidad de tocar que tiene Jesús, acto al que se añaden las palabras? Jesús hurga, toca, restriega, a veces con saliva hace un barro con el que unge, introduce los dedos en los oídos. Tiene necesidad de tocamiento, de atingencia. Y tiene, también, necesidad de palabra. Una vez más nos aparece claro. No es un supermago de película. Necesita el obrar de la naturaleza encarnada. Acciones y palabras. Que os suceda conforme a vuestra fe.

Curación sacramental. Siempre es así. ¿Cuando? Cada vez que un necesitado se acerca a Jesús con fe. Tu fe te ha salvado. ¿Dónde? En el camino, en el rumorear de gente, cuando pasa junto a nosotros. ¿Quién? Jesús de Nazaret, el Hijo de David. Es él quien nos ofrece la salvación de Dios. Sigámosle. Hagamos camino con él. Subamos a Jerusalén siguiendo sus pasos. Ahora vemos a María que, montada en el borriquillo, junto a José, lo lleva en su vientre. Sigámosles. Primero a Belén, luego al monte de Jerusalén.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid