San Marcos 4, 26-34:
Ve hacia la luz…
Autor: Arquidiócesis  de Madrid


Se nos ha muerto Zelda Rubinstein. Si ayer me hubieran preguntado quién era esa señora hubiera dicho que no tenía ni idea, además tengo memoria de pez para los nombres. Pero al leer que era la señora bajita que hacía de médium en la película Poltergeist (los que ya no nos tapa la vista el tupé nos acordamos), he recordado perfectamente quién era. Era bajita pero gritaba como una loca eso de “Ve hacia la luz”, mientras salían monstruos horribles por la puerta. Pues nada, descanse en paz y echaremos una rezadita por su alma, que vaya hacia la Luz. En las películas pasan esas cosas: hay que ir hacia la luz para luego esquivarla, si entra un ladrón en tu casa en vez de ir hacia la puerta de salida suben al piso de arriba de donde no pueden escapar y un montón más de cosas absurdas. En el fondo nos gusta lo absurdo, llevar la contraria, hacer cosas medio irracionales. Por eso en muchas ocasiones en vez de ir hacia Dios nos vamos hacia el pecado. Dios con nosotros o se desespera (si no fuese Él la esperanza), o se parte de risa.
“David se quedó en Jerusalén; y un día, a eso del atardecer, se levantó de la cama y se puso a pasear por la azotea del palacio, y desde la azotea vio a una mujer bañándose, una mujer muy bella”. Si ayer escuchábamos a David decir “¿Quién soy yo para que el Señor se haya fijado en mi y en mi familia?”, al poco tiempo David se fija en cualquier cosa menos en Dios. El pecado es como las longanizas, cuando no se reconoce resulta que viene atado a otro, y luego otro, y después uno más. Cuando andamos despistados de Dios lo más seguro es que nos alejemos de Él (aunque Él nunca se aleja de nosotros). Nunca me cansaré de repetir a aquellos que vienen a confesarse que cuando hemos cometido un pecado es necesario rezar más. Hay quien -hasta que va a confesarse-, deja de rezar, de ir a Misa, de vivir la caridad. Se encierra en sí mismo y va sacando longanizas una tras otra, hasta que puede poner una charcutería. Pero el pecado nos deja vacíos, todo lo que parece que brilla es pura falsedad, no llega ase ni un abalorio.
«El reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega.» El pecado es muy escandaloso, hace mucho ruido. Entra en nuestra vida como un elefante en una cacharrería, fanfarroneando y pavoneandose. No hay más que ver los titulares de las páginas de sucesos (que son casi todo el periódico, incluida la sección de economía y política), con titulares escandalosos y llamativos. Son el fuego, la tormenta, el terremoto de Elías. Hay no está Dios. Dios suele estar en el día a día, en las cosas hechas con cariño, en la atención a los más pobres, enfermos o necesitados que nadie aprecia, en esos ratos de silencio. Si te interesa descubrir a Dios no intentes tener grandes titulares, debes ser la semilla que crece en la tierra, silenciosa y lenta, pero que rompe las capas de hielo, las rocas de la tierra y desafía los vientos. Puedes tener un cargo muy importante ante el mundo o pasar desapercibido para casi todo el mundo, no importa, Dios hace las cosas grandes sirviéndose de unos y de otros.
Nuestra madre la Virgen dejó crecer en su seno la semilla de la Palabra y el mundo, sin saber cómo, fue redimido. Deja que Dios cuente contigo y desprecia el pecado que no lleva a ninguna parte. Aunque seamos bajitos somos grandes para Dios y gritamos a plena voz: ¡Hemos visto la Luz!.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid