San Marcos 7, 1-13:
Dios en su templo

Autor: Arquidiócesis  de Madrid

1R 8, 22-23.27-30; Salm 83, 3-11; Marcos 7, 1-13

Hay un gran contraste entre la oración que Salomón pronuncia en el Templo, y que leemos en la primera lectura, y la actitud de los fariseos, que es recriminada por Jesucristo.

Salomón parte de la sorpresa y el agradecimiento hacia Dios. Había construido un templo magnífico y, sin embargo, sabe que Dios es mucho más grande. De ahí que su oración no consista en decirle a Dios que ha de estar con ellos porque le han construido una casa muy digna. Bien al contrario, Salomón suplica. Le pide a Dios que escuche su oración y, además que perdone. Por tato vemos como Salomón no da nada por supuesto. Ha construido un templo lo mejor que ha sabido, pero no ignora que será por su misericordia que el Señor se hará presente.

El fariseísmo por el contrario había acabado convenciéndose de que merecían la salvación. Tenían numerosas normas y, el orgullo de cualquier fariseo, era cumplirlas a rajatabla. San Marcos enumera algunas referidas a las prácticas de purificación. Su excesiva confianza en el ritual, y en las prácticas, les habían hecho olvidar que todo se ordenaba a conocer la misericordia de Dios. Por eso Jesús les recrimina que han olvidado a Dios y se han quedado en meras tradiciones humanas. Lo suyo era un humanismo de apariencia religiosa. A diferencia de Salomón pensaban que Dios les debía algo. Sin llegar a ese extremo quizás hay algo de eso en nosotros cuando presuponemos que Dios debe tratarnos con deferencia. De hecho siempre lo hace con misericordia.

Vemos además que los fariseos también querían ponerse como ejemplo. De ahí que recriminen a los discípulos del Señor por no lavarse las manos. Quizás lo único que pretendían era llamar la atención y que Jesús les dijera: “Qué buenos sois, me dejáis que sea vuestro amigo”. Justo lo contrario a la actitud de Salomón.

Jesús muestra también como han desvirtuado los mandamientos y, además, lo han hecho bajo pretexto de piedad. Así daban un dinero al templo pero dejaban de atender a sus padres. Una tremenda farsa que les hacía parecer piadosos. Así que la impureza estaba en el corazón y eso es lo que tenían que purificar. Pero, ocupándose de tantas normas superficiales descuidaban su corazón. Y este es el verdadero templo en el que Dios quiere habitar. Salomón nos enseña cómo hemos de pedir que el Señor venga y, después, todo lo que hagamos para ornamentar está bien. Pero la práctica de las virtudes no son suficientes si olvidamos que todo lo debemos a la misericordia divina.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid