San Lucas 9,22-25:
El Hijo del hombre tiene que padecer mucho
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

Dt 30,15-20; Sal 1; Lu 9,22-25

¿Quién es el hombre que ha puesto su confianza en el Señor? Jesús. Es él quien hace suyo el salmo 1. Escrito para todos, en nombre de todos, pero hoy lo hace suyo. Pues él, el Hijo, ha puesto su entera confianza en Dios su Padre. Él es quien cumple para sí lo que Moisés habló al pueblo. La vida y el bien. Porque es él quien consuma lo que el Señor Dios le señala, amándole, siguiendo sus caminos, guardando sus acciones para con él. Camino de la cruz. Mas de este modo será él quien vivirá y crecerá. Su corazón no se apartará de Dios, su Padre. Porque él ante nadie se prosternará. Y, sin embargo, morirá clavado en cruz. Morirá sin remedio, portando nuestros pecados. Eligió la vida amando al Señor, pero este no lo retuvo junto a sí, sino que lo dejó ir por el camino de la cruz. Mas porque eligió la vida, sin abandonar su camino, aunque sudara sudores de sangre, vivirá él, y nosotros con él, amando al Señor nuestro Dios, escuchando su voz, pegándonos a él, pues él es nuestra vida. Es en Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios, en quien se cumple este hablar de Moisés a su pueblo. Y, por medio de él, se cumple en nosotros, pues su cruz es redención para nosotros.

Siguiéndole en ese camino, seremos como árbol plantado al borde de la acequia. En nuestro paisaje desértico, siguiéndole a él, crecerá fruto en medio de la verdura. Nuestras hojas no se marchitarán. Porque su camino de la cruz es para nosotros camino de liberación. Este tiempo de Cuaresma es ocasión para ponernos en marcha por él. Buscando la plenitud de amor que en él se nos ofrece. Siguiendo por él tras Jesús, iremos encontrando lo que es nuestra verdadera naturaleza, de modo que nuestro ser redimido se unja de amorosidad. Pues ese camino de remisión nos hará ser la imagen y semejanza de sí con que Dios nos creó. Ahora, pues, por el camino, el mismo Jesús será nuestra imagen y semejanza, aunque traspasado en la cruz, abandonado de todos, de casi todos, incluidos nosotros mismos. Mas en esa dejadez, en ese abandono, de manera asombrosa se nos dona la plenitud de nuestro ser de amorosidad.

Espanta la profecía de Jesús en el evangelio de Lucas. El Hijo del hombre tiene que padecer mucho. Será desechado por todos los notables. Lo ejecutarán clavándole en la cruz. Misterio de su sufrimiento. Justo cuando él se hacía nuestra imagen y semejanza, es clavado en la cruz, para que, abandonado, muera en desnuda vileza. Por nuestros pecados. Si nos atrevemos a decirlo así, para que actos nuestros devengan pecado. Para que seamos conscientes de que el pecado habita en nosotros. La cruz de Cristo es espejo de nuestro pecado. En ella nos vemos como pecadores. Nos vemos como eso que somos. Mirándole a él allá en donde lo hemos puesto, descubrimos que nuestra vida es una desventura. Que es él, ahí donde está, pendiente de la cruz, sangriento pendejo clavado en ella, quien nos dona una vida bienaventurada.

Por eso, quién quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz de cada día y se venga conmigo. Nuestra vida, así, recibe un segundo don —el primero fue el de la creación—, el porqué, el dónde y el cómo somos plenitud de amorosidad donada. Pues en la cruz cuelga en pura completud el amor de Dios.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid