San Mateo 9,14-15:
A gritos, denuncia a mi pueblo sus delitos
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

Is 58,1-9a; Sal 50; Mt 9,14-15

Las lecturas de Isaías de hoy y de mañana son bestiales. Casi no pueden ser oídas. Son gritos que el profeta nos lanza en nombre de Dios. Sí, sí, mucho parecer, pero todo de boquilla. Decimos tener deseos de bien y de conocer sus caminos; deseamos tener a Dios cerca. Engañar y engañarnos para pensar que practicamos la justicia y que no abandonamos nunca el mandato de Dios.

Pero es mentira. Ayunamos, sí, quizá, con grandes golpes de pecho, pero sólo buscamos nuestro interés y el de los nuestros. Ayunamos, sí, pero entre riñas, disputas y guerras, puñetazos y violencias. Ayunamos, sí, pero no tenemos piedad. Ayunamos, sí, pero dando grandes voces para que se nos oiga en el cielo. Bah, ya hoy, incluso es mentira que ayunemos. Quizá, y a lo máximo, algún euro para el desastre de Haití, alguna mirada a la televisión viendo cómo sacan los cuerpos de debajo de las casas derrumbadas. Porque ya hoy ni ayunamos ni nos importa un comino nada que no sea nosotros y lo nuestro.
¿Es eso lo que quiere el Señor? ¿Engañarnos moviendo la cabeza como un junco? ¿Sentir un vahído de piedad cuando vemos las imágenes horrorosas de la terrible desgracia? ¿Por qué estas se ceban siempre con los pobres? Son ellos a los que les falta educación, trabajo, dinero, energía, organización del país para construir casas que no deberían caer por efecto de ningún terremoto. ¿Qué hemos hecho?, ¿qué hacemos? ¿Cómo vivimos el sufrimiento de los más pobres? ¿De qué manera nuestra vida es una buena aventura?

Hay prisiones. Hay cepos. Hay oprimidos. Hay hambrientos. Hay pobres. Hay desnudos. Y, termina Isaías, no cerrarte a tu propia carne. Porque la carne que sufre es la mía, es la de Jesús, es la tuya. Y la carne se consuela con la carne, desde la carne. Una caricia, como la Madre Teresa cuando cogía de la mano a los moribundos de Calcuta. Gesto de ternura y de misericordia que viene de parte de Dios. Entonces, clamarás al Señor y te responderá: Aquí estoy. Curioso, sorprendente, inaudito: Dios mismo dirá las palabras de Samuel cuando le llamó en mitad de la noche.

Un corazón quebrantado y humillado, tú, Dios mío, no lo desprecias. Porque el ayuno y la limosna es cosa del corazón. De él sale la misericordia. ¿Cómo iban a ayunar los discípulos de Jesús?

Nuestro ayuno es disponibilidad de tiempo. Porque tiempo es lo más costoso de ofrecer a los hermanos y a los que tienen necesidad de nosotros. Quizá nos sobre dinero, aunque habría que verlo, se pega a los dedos como ninguna otra cosa, pero siempre nos falta tiempo. Regalar tiempo es el mejor regalo que podemos hacer. Por eso, regalar la vida es seguir los pasos del Señor en su camino. Regalar tiempo al menesteroso. Regalar tiempo a los hijos. Regalar tiempo a los alumnos. Regalar tiempo a las viejecitas que vienen a la parroquia o a la casa de ancianos porque, quizá, no tienen mejor lugar a donde ir; porque ahí se les quiere y se les conoce por su nombre.

Dar limosna, sí, pero a organismos de los que tengamos la certeza absoluta de que hacen llegar de verdad lo que damos a los necesitados, y no se queda esto por mil y mil intersticios aprovechados. Sí, ya sabéis dónde hay que dar la limosna.
Y contar también con el ayuno material de nuestra carne, que es signo de la realidad de lo que hacemos.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid