San Mateo 9,1-8:
¿Qué es más fácil?
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

Amós 7.10-17; Sal 18; Mt 9,1-8

Leer la escena del evangelio de hoy tras lo extraño del pasaje de Amós, uno de los mas viejos profetas, nos deja en una cierta perplejidad. Amós profetiza en el viejo santuario de Betel, antes de la primera destrucción del reino del norte. El reino de Israel va a desaparecer al punto. ¿Le hacen caso los suyos? Nadie. Incluso consideran que su misma palabra es causa directa de las desgracias que anuncia cuando él se levanta contra su hipocresía religiosa, rebosante  de un culto exterior y formalizado. Sólo estaño, todo estaño. Eso es lo que sois. Vendrá mano de hierro que devastará los hitos de Israel; sus santuarios. Pero la espada que se levanta contra la casa del rey, será la mía. Yo mismo os destruiré.

Pero ¿no es Yahvé nuestro sol de justicia? ¿No está en él nuestro refugio y nuestra roca? ¿No es él quien nos sostiene? ¿No es su ley la que reconforta nuestra alma? ¿No es él quien circula de un extremo al otro del cielo? ¿No son sus juicios verdaderos y equitables? Si nos refugiamos en él, ¿quién podrá contra nosotros?

Qué trajín se trae Jesús con el subir y bajar a la barca. Subiendo a ella, ahora, hizo la travesía y llegó  a su ciudad. Está en su ciudad: no en Nazaret, que le rechazó, sino en Cafarnaún, junto al lago, la ciudad de sus amores cuando está en Galilea. Camino de libertad el de aquellos que le llevan a Jesús un paralítico. Indigente echado en la camilla. Se diría que sin libertad propia; sin capacidad de recorrer sus propios caminos de libertad. Aherrojado en una camilla en la que le traen y le llevan. Asombra, sin embargo, que Jesús se dirija al paralítico, y sólo a él, cuando han sido sus portadores quienes eligieron en su camino llevarle donde estaba Jesús, en su casa, en su ciudad. Y viendo la fe de ellos, de quienes en su libertad se pronunciaron por llevarle donde él, Jesús se dirige sólo al paralítico, que hasta ahora ha sido traído y llevado, como un peso muerto, para darle ánimo y decirle que sus pecados quedan perdonados. La fe de ellos es la que provoca las palabras perdonadoras de Jesús. No los pasos libres hacia él que hubiera realizado o pedido a sus amigos para que caminaran por él. Estaba atenazado por el pecado. Eso, su pecado, es lo que aparece al punto a la vista de Jesús. Y es esto lo que toma en consideración, para perdonarlo. Los caminos de libertad de sus amigos los portadores, llevándole a la presencia de Jesús, sin que nos conste ningún acto de libertad suyo, provocan el perdón de sus pecados por boca de Jesús. ¿Se nos señala así el inmenso valor de la intercesión? Porque, lo vemos, nuestra fe hace que Jesús perdona los pecados de quien llevamos en la camilla de sus pesadumbres.

Pero no todo termina ahí, pues Jesús ve los pensamientos de los que toman sus palabras por blasfemas. Lo habéis de ver: levántate y camina. El perdón de sus pecados, llevado a su presencia por la fe de los portadores de su camilla, hace que inicie su propio camino de libertad. El Señor le ha puesto en ruta. Camino de su libertad. Ha sido liberado del pecado y, ahora sí, puede caminar en la dirección de su casa. Ahora, tras la intervención de Jesús, ¿en su seguimiento?, consigue la inmensa libertad de elegir por sí el camino. El mismo Jesús la ha conseguido para él.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid