San Lucas 4, 38-44:
Conscientes de haber sido salvados
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

 

Jesús pide a la gente que le den un respiro porque ha de anunciar el evangelio a otros pueblos. Ya ha curado a muchos, ha liberado a algunos del dominio del demonio y quiere continuar anunciando el Reino de Dios a otros pueblos. ¿Por qué retienen a Jesucristo?

Frente a la actitud de aquella multitud tenemos el ejemplo de la suegra de Pedro, que también había estado enferma y a quien el Señor hizo recobrar la salud. Ella no intenta retener a Jesucristo sino que, por el contrario, se pone a servirle. Podemos decir que ella es más consciente de la curación que ha obtenido. Por eso, una vez repuesta, en seguida se levanta y se pone a servir.

La suegra de Pedro nos ayuda a darnos cuenta de que, muchas veces, perdemos demasiado tiempo contemplando o considerando las cosas divinas. Nos dedicamos a la divagación o intentamos descubrir no se sabe qué tramas o sentidos ocultos. Frente a esa tentación está la enseñanza de la suegra: ha sido curada para que pueda trabajar. Lo que hace es dejar que fluya, en forma de servicio (caridad) la vida que se le ha dado (amor de Dios).

En la primera lectura nos encontramos con un caso distinto. San Pablo había evangelizado Corinto, pero después, a imitación de Jesús dejó aquella ciudad para continuar predicando en otros lugares. Durante su ausencia aparecieron otros predicadores (Apolo) y se empezaron a formar facciones. A algunos les agradaba cómo predicaba ese personaje (quizás más erudito que Pablo en filosofía griega y cultura helenística) que llegó a Corinto tras la marcha de Pablo.

En este caso el Apóstol ha de hacer lo mismo: recordar que lo importante es que han sido salvados por Jesucristo, siendo los misioneros y evangelizadores meros instrumentos de la misericordia de Dios. Si olvidan ese hecho caerán en discusiones estériles y habrá fricciones entre ellos.

De las lecturas de hoy sacamos un aviso importante. Vemos que incluso la salvación y el amor de Dios pueden ser causa de conflicto. Evidentemente la razón no está en el amor de Dios, al igual de que la culpa de que haya ladrones no es que el oro brille. Por eso hemos de pedirle al Señor que nos haga ser conscientes de la gracia que nunca perdamos esa conciencia. Así la gracia nos llevará a dar fruto con nuestras obras y nos alegraremos de todos los que obran el bien y manifiestan la misericordia de Dios aunque no coincidan en todo con nosotros.

Que Nuestra Señora nos ayude a cuidar los dones que recibimos de Dios y nos enseñe a dar siempre gracias por ello.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid