San Mateo 9, 9-13:
Sígueme
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

 

Ef 4,1-2.11-13; Sal 18; Mt 9,9-13

¿Quién es este que con una sola palabra transforma para siempre de manera radical la vida del recaudador de impuestos sentado en su telonio? ¿Quién es este que, tras esa palabra, acepta la mesa de publicanos y pecadores? ¿Quién es este que, tras pronunciar esa pasmosa palabra, confía de tal manera en aquel a quien la dirigió que no anda mirando para atrás nervioso para ver si, efectivamente, le sigue? ¿Quién es este que revoluciona la vida de Mateo de tal forma que lo abandona todo y se dedica a partir de ahora a predicar el evangelio por todo el mundo, que lo hace suyo, palabra de su vida, para que a toda la tierra alcance su pregón?

Porque hemos sido convocados a una vocación. Se nos ha llamado. Él mismo nos ha dicho: Sígueme. A cada uno su camino, pues el evangelio deberá llegar a todo la tierra, y son infinitas las posibilidades de vida y de acción. No todos somos iguales en ese seguimiento, que es tan personal. Cada uno el suyo, porque cada uno es llamado de una manera. Pero todos oímos la llamada de la vocación: Sígueme. Cada uno con nuestros oídos, con lo que era nuestra vida, con la gracia que nos acoge y empuja. Por eso son tan distintos los caminos. Por eso todos, en el seguimiento, son tan válidos. Y así se forma una tupida red evangelizadora por todo el mundo.

Es verdad que por la llamada unos son constituidos en apóstoles, otros en profetas, evangelizadores, pastores y maestros. Muchos, padres y madres de familia. Ingenieros, abogados, políticos, economistas, trabajadores del metal, funcionarios. Cada uno tiene su lugar en ese seguimiento. Seguimiento que se unifica en la Iglesia que celebra los Misterios, que celebra la Eucaristía. Muchos caminos, todos muy distintos, cada uno su vida, su vocación, el entendimiento de la llamada, pero una sola fe, un solo bautismo, un Dios y Padre de todo, que todo lo trasciende y lo penetra y lo invade. Así vamos edificando el cuerpo de Cristo, cada uno en su lugar, cada uno en su ministerio. Hasta que lleguemos todos, termina san Pablo lo que hoy leemos, a la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo.

La tradición nos señala a este Mateo como autor del Evangelio que lleva ese nombre. Por eso, y en todo caso, es momento de estar agradecidos a quien lo escribiera. No fue el primero, pues se inspiró en otros relatos que ya existían. Pero, tras constatar que Jesús tuvo la magnífica ocurrencia de no dejar un solo papel escrito de su mano —excepto si, en el episodio de la mujer adúltera, trazaba palabras en la arena del suelo—, logrando algo decisivo: todo acercamiento a Jesús se hace a través de los que le han seguido y han predicado por toda la tierra su mensaje. Así en el NT, que se cierra como el lugar en donde nos encontramos siempre a Cristo, al Cristo total, al Cristo viviente; lugar al que siempre tendremos que acudir para toparnos con él. Todos los demás escritos, por importantes que sean, y que son, vienen como superabundancia, para entender la profunda realidad del Cristo que se nos revela en el NT como Palabra de Dios. Nosotros también formamos parte de esa cadena evangelizadora. Enseñamos, por la gracia de quien nos llama, una mirada a esa Palabra. Una mirada siempre nueva, por más que anclada, de qué otra manera podría ser, a aquella mirada poliédrica que encontramos en el NT.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid