San Lucas 10, 1-12:
Desfallezco de ansias
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

 

Escribo este comentario todavía antes de operarme de las cuerdas vocales, hay que adelantar trabajo. Me imagino que dos días después me dolerá la garganta y tendré unas ganas locas de fumar, por lo que aprovecharé esta mañana para irme de retiro. Puestos a quejarme prefiero quejarme ante Dios. Es un retiro con sacerdotes, así que no dejarán de hablar en todo el rato. Manifestaré mi inconformidad fustigándoles con mi silencio. Es verdad que los sacerdotes solemos hablar mucho, normalmente no más de lo que escuchamos y callamos, pero hablamos mucho. En ocasiones de cosas inconsistentes o vacías, pero muchas veces la gente espera que le hables. Y no porque seamos personas graciosas, ingeniosas o con gran sabiduría, sino porque se supone que un sacerdote debe hablar de lo que tiene en el corazón, de la Palabra de Dios. Si yo pusiese un local para que la gente me escuchase creo que no vendría ni mi madre, tiene cosas más importantes que hacer. Pero las personas vienen a la parroquia a escuchar la Palabra de Dios y a recibir su Cuerpo y su Sangre. Estará mejor declamada, explicada, más o menos ameno el discurso pero no vienen a escuchar mis opiniones sobre la vida, sino la Palabra de Vida. Por ello cuando el sacerdote (y por ende cualquier cristiano), habla debería decir como Job: ¡Desfallezco de ansias en mi pecho!. Job se quejaba de su vida y nuestra vida si no trasmite a Dios está tan vacía como la de Job.

«La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies. ¡Poneos en camino! Mirad que os mando como corderos en medio de lobos. No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias; y no os detengáis a saludar a nadie por el camino.» No es que Jesús nos recomiende ser antipáticos y no saludar (cosa que ahora yo no hago, pero no por virtud, no puedo hablar), sino que el que se para a saludar y a charlar de su cosas se olvida de la misión recibida, de lo que tiene que latir constantemente en su corazón. Es cierto que será difícil, que nos pondrán verdes, azules o amarillos pero ¿qué vamos a decir si no es la Palabra de Dios?.

El lunes di la unción de enfermos al padre de un amigo (también amigo el padre), que tiene una septicemia y le iban a amputar la pierna, a ver si así se frenaba. Echar una rezadita por él. Pues a nosotros, en ocasiones, nos puede pasar que tengamos una infección en nuestro corazón que poco a poco va invadiendo nuestra vida. Hablamos con pasión de tecnología, de coches, de fútbol, de moda, de las revistas del corazón de mis entrañas, de nosotros mismos… y para hablar de Dios nuestra lengua se vuelve cansina, nuestra voz monótona, nuestros pensamientos se dispersan,… Y eso nos debería llenar de tristeza. Si en ocasiones hay que amputar alguna afición -por muy sana que sea-, pero que nos importa más que Dios, no lo dudes y agarra fuerte el serrucho.

Si de nuestras palabras pudiéramos decir lo que dice Job sería una maravilla: “¡Ojalá se escribieran mis palabras, ojalá se grabaran en cobre, con cincel de hierro y en plomo se escribieran para siempre en la roca! Yo sé que está vivo mi Redentor, y que al final se alzará sobre el polvo: después que me arranquen la piel, ya sin carne, veré a Dios; yo mismo lo veré, y no otro, mis propios ojos lo verán.” Todo lo demás: pasará.

María, la mujer hermosa que eligió la palabra de Dios para habitar en su seno, nos ayude a tener ansias auténticas de transmitir con fidelidad lo que hemos recibido.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid