San Lucas 13, 22-30:
La puerta estrecha
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

 

Ef 6,1-9; Sal 144; Lu 13, 22-30

Debemos reconocer que Jesús en muchas ocasiones, ¿siempre?, no nos pone las cosas fáciles. ¿No sería mucho mejor que él se quedara con todas las pulgas, que para eso subirá a la cruz, y nos dejara el camino expedito, habiéndonos facilitado la entrada al Reino de Dios? ¿Por qué implicarnos en eso en que nosotros no podemos aportar nada? ¿Resultará que, en contra de todo lo que hemos pensado hasta ahora, nuestros esfuerzos y cumplimientos legales serán el modo exigido de nosotros? Mas ¿no estaban para eso ya los escribas y fariseos?, ¿sabremos hacer las cosas mejor que ellos? Seguramente no; además, ¿no es esto desdecirse de tantas y tantas palabras de maravilloso consuelo que encontramos en los evangelios de Jesús? No sé quienes sois. Nosotros entonces en la más pasmosa incredulidad le diremos: pero si comimos y bebimos contigo en tal y cual ocasión, ¿no te acuerdas?, ¿será posible que tan pronto te hayas olvidado de nosotros? Y él nos repetirá: No sé quienes sois. Llanto y crujir de dientes, porque veremos a los invitados al Reino, y nosotros quedaremos fuera.

¿Qué ha pasado?, ¿cómo es posible este viraje tan brusco en la mirada de Jesús, antes tan compasiva y ahora tan rechazadora de nosotros, que nos creíamos ya dentro, como siendo de los buenos? Tenemos una nueva advertencia de que nuestro camino se convierte de manera muy fácil en seguimiento no de Jesús, sino de los escribas y fariseos, que todo lo tienen por sí y por sus méritos. Son esos méritos los que les abren la puerta ancha en la que termina el camino real que ellos transitan. ¿Por qué, de pronto, se convierte en puerta estrecha? Porque nuestros méritos no alcanzan a ninguna, por eso nos encontramos ante una puerta estrecha, y bien estrecha. El camello no puede entrar por el ojo de la aguja, es verdad, pero ante el espanto de apóstoles y discípulos, ¿quién, pues, podrá salvarse?, Jesús dice que lo imposible para nosotros es posible para Dios.

Puerta estrecha no porque al ser tan pocos nuestros méritos se vaya estrechando de más en más, hasta hacerse un agujero impenetrable, sino porque sólo depende de la gracia del seguimiento. Y esa gracias se nos dona. Docilidad a su camino, como Pablo nos muestra en algunos de sus comentarios sobre la obediencia. Porque no conformidad a unas reglas y mandamientos abstractos, sino obediencia en el hacer concreto y carnal de nuestra vida. Hagámoslo todo como lo haría el Señor. Por eso la puerta es estrecha, porque sólo un camino pasa por ella, el camino del seguimiento. Y esto tiene maneras muy concretas en nuestras relaciones de padres a hijos, de esclavos a amos, pues esclavos de Cristo somos, esclavos de amor, con relaciones de amor. ¿Te quieres quedar en que es una vergüenza que Pablo no condene la esclavitud? Bueno, haz lo que te parezca. Pero tú convierte tus relaciones, incluso las más dependientes de las puras y nudas estructuras de la sociedad que es la nuestra, en relaciones de amor. Vive ahí, en esas relaciones, el seguimiento de Jesús. Y Pablo tiene una habilidad retórica portentosa para hacernos ver las profundidades de nuestra relación, la cual siempre tiene que ver con el camino de nuestro seguimiento de Jesús. Nuestras situaciones son tan cambiantes y tan nuevas que somos nosotros quienes deberemos inventar los modos inexplorados, tanto en la pequeñez de sus puras naderías como en el grandor de las posturas más generales. Por eso la puerta es estrecha.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid