San Lucas 17, 11-19:
Los restaudadores
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

 

Hoy celebramos en Madrid a Nuestra Señora Santa María la Real de la Almudena. Si el tiempo lo permite habrá Misa solemne y procesión por las calles más castizas de Madrid, en honor de nuestra Madre. Piropear a la madre es piropear a Dios que la eligió, la creó y la habitó. Es honrar a Dios Padre que la creó, al Espíritu Santo que la llenó y al Hijo que habitó en su seno y en su casa. Ayer hablaba con un chaval, gitano evangélico, y siendo muy majo siempre me da pena cuando hablo con ellos que se pierdan la intercesión de los santos, y en especial de la Virgen. Todo se dirige a Dios, pero conviene siempre tener un emisario.

“Ahí tienes a tu madre”. El regalo de Cristo en la cruz se completa con la entrega generosa de su madre como madre nuestra. La redención, el vencer el pecado y la muerte, la entrega completa por amor se culmina con la entrega de la madre. Y la madre acoge ese regalo (vaya regalito que somos tu y yo), con la alegría de recibirlo de su hijo. Es una maravilla y no podemos parar de dar gracias a Dios por sus caricias y detalles.

Cada día cuando rezamos el rosario acompañamos a Cristo de la mano de María. Contemplamos la vida del Salvador y ella nos repite al oído: “esto lo hizo por ti”. ¡Cómo no vamos a demostrar toda nuestra gratitud a la Virgen! La acompañamos llenos de alegría pues peregrinar hacia la Virgen, sea la Almudena, el Rocío, la Virgen de Montserrat, el Pilar o Covadonga, sea donde sea, hasta la patrona del pueblo más pequeño, es caminar hacia Cristo.

Por eso cada ciudad que está bajo el amparo de la Virgen, Madrid hoy, tiene que sentirse orgullosa de su patrona. ¿Qué hijo se avergüenza de una buena madre? Pues ¿Si esa madre es la mejor, esculpida por el mismo Dios? ¿Cómo no ir a su encuentro para agradecerle a Dios tan gran regalo? Cada semana, al menso una vez, paso delante de la Virgen de la Almudena y aunque no tuve la suerte de ordenarme en su Catedral (todavía no estaba acabada), le doy gracias por el sacerdocio, aunque lo haya puesto Dios en manos tan frágiles. Pero mirando a María descubres que para Dios la fragilidad es dureza, la pequeñez es grandiosa, la debilidad, fortaleza. A los pies de María uno puede decir auténticamente desde el corazón: “No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre toda la gloria.”

El Señor “todo lo hace nuevo” y María saca lustre a la roña que dejan nuestros pecados y nos descubre la mirada con la que Dios nos mira. Cuando uno ve el trabajo de restauración de una obra antigua se queda asombrado. Tras la capa de porquería y herrumbre que se acumula por el paso de los años y el maltrato infringido a las piezas por mal uso o mala conservación, el restaurador va sacando, poco a poco, el brillo original. Endereza lo torcido, quita las abolladuras, renueva los colores, reafirma los pigmentos y va devolviendo a la pieza todo el esplendor que el artista original quiso plasmar en ella. Así hace Dios con nosotros y se sirve de la Virgen María para tratar las piezas más delicadas y devolvernos a la gracia original que Dios quiso para nosotros.

En donde hoy celebréis la dedicación de la Basílica de Letrán pensar en la Iglesia como esa gran obra de Dios, que usa lo nuevo y lo viejo, y María es la luz que ilumina todo el conjunto.

Que santa María la Real de la Almudena nos guarde y nos guíe.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid