San Lucas 17, 26-37:
Piruletas
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

 

Al terminar las Misas de cada domingo regalamos a los niños que vienen piruletas, chupa-chups o cualquier porquería con azúcar que compremos esa semana. Gracias a Dios para nuestra parroquia (y tristemente para nuestra economía), no son pocos los niños que viene a Misa, cada domingo repartimos unas 300 chucherías. Al acabar la Misa se lanzan sobre las dos mesas que hay a la entrada del templo buscando las cestas llenas de su ración de glucosa. El domingo pasado un feligrés bien intencionado, para evitar el tapón que se forma ala puerta -comparable a la entrada de la plaza de toros en los san fermines pamplonicas-, sacó las cestas fuera y los niños vagaban alrededor de la sacristía como ovejas sin pastor. Al final las encontraron y dieron otro palo a nuestra exigua economía.

«Os digo esto: aquella noche estarán dos en una cama: a uno se lo llevarán y al otro lo dejarán; estarán dos moliendo juntas: a una se la llevarán y a la otra la dejarán. » Ellos le preguntaron: -«¿Dónde, Señor?» Él contestó: -«Donde se reúnen los buitres, allí está el cuerpo.» No es que quiera llamar buitres a los niños de la parroquia (aunque un poco sí) y hubiera querido que el Señor me hubiese puesto un Evangelio más fácil de comentar. Pero al igual que los niños preguntaban ¿dónde? ¿dónde? ¿dónde están las piruletas? a nosotros e nos ocurre preguntar dónde y cuándo será la segunda venida de Cristo. El dónde es fácil, aquí en la tierra donde está la humanidad, el cuándo, cuando Dios quiera. Pero al igual que si uno ve los buitres volando en círculo y descendiendo lentamente hacia el suelo puede tener la seguridad de que en esa zona -aunque uno no vea nada-, hay algún cadáver, nosotros podemos tener la certeza de que el día del Señor llegará. No hará falta que nos avisen, no podremos presentar reclamaciones por falta de advertencia previa. Tu y yo estaremos haciendo en ese momento lo que estemos haciendo: “Como sucedió en los días de Noé, así será también en los días del Hijo del hombre: comían, bebían y se casaban, hasta el día que Noé entró en el arca; entonces llegó el diluvio y acabó con todos. Lo mismo sucedió en tiempos de Lot: comían, bebían, compraban, vendían, sembraban, construían; pero el día que Lot salió de Sodoma, llovió fuego y azufre del cielo y acabó con todos. Así sucederá el día que se manifieste el Hijo del hombre.” Tal vez yo esté escribiendo un Evangelio, o celebrando la Eucaristía (ojalá) o tomando una cervecilla con unos amigos. Tú a lo mejor estás en el trabajo, o jugando al fútbol, o dando de comer a tus hijos. Y el Señor llegará. Quien esté en ese momento lejos del Señor, quien lo esté rechazando con sus obras o con su vida no tendrá derecho a quejarse. El pedirle al Señor la conversión es cuestión de ahora (no esta tarde, o mañana o a los 74 años). Como nos recuerda San Juan no hay que hacer nada novedoso: “No pienses que escribo para mandar algo nuevo, sino sólo para recordaros el mandamiento que tenemos desde el principio, amarnos unos a otros. Y amar significa seguir los mandamientos de Dios. Como oísteis desde el principio, éste es el mandamiento que debe regir vuestra conducta.” Si Dios nos encuentra viviendo este mandamiento viejo y nuevo esa será nuestra bendición.

Tal vez sea dentro de cinco mil años, o de cinco minutos. Ningún momento es desechable y Dios puede hacer lo que quiera. Unidos a María vivimos sin miedo a Dios pues viviremos amando. Buscaremos la caridad como los niños buscan la piruleta, ahora y en la hora de nuestra muerte.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid