San Lucas 19, 45-48:
Tengo que decirlo
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

 

Evangelio significa Buena Noticia. Creo que a todos nos gustaría dar buenas noticias siempre, son tan escasas que se agradecen. Podríamos hablar del amor, la alegría, las margaritas en primavera y estar hablando indefinidamente. Pero el Evangelio nos pone también, frente a frente, con la dura realidad. Al final la noticia que anunciamos es buena, buenísima, pero constatamos muchas veces que no es todavía una realidad, aun nos falta mucho para que el Evangelio sea conocido y vivido por todos. Y eso nos puede llevar a querer callar el anuncio. A nadie le gusta dar malas noticias o decir que el paro sigue aumentando. Y podemos querer “maquillar” el Evangelio para que siempre sea una palabra consoladora y alegre. Uno de mis antiguos profesores de moral decía siempre citando a San Agustín: “Ama y haz lo que quieras”. Como titular es estupendo, pero luego hay que aprender a amar, que a hacer lo que queremos ya estamos bastante enseñados.

“Me acerqué al ángel y le dije: -«Dame el librito.» Él me contestó: -«Cógelo y cómetelo; al paladar será dulce como la miel, pero en el estómago sentirás ardor.» Cogí el librito de mano del ángel y me lo comí; en la boca sabía dulce como la miel, pero, cuando me lo tragué, sentí ardor en el estómago.” Esa imagen del librito dulce como la miel y ardoroso en el estómago es la imagen de la evangelización. Uno va a anunciar una buena noticia, algo que debería alegrar a todos y hacernos verdaderos cristianos dispuestos a todo por el Evangelio… y comienza a amargarnos la realidad de nuestro pecado, de nuestra falta de entrega, de nuestra debilidad y del pecado ajeno. Y entonces uno sufre, lo pasa mal. Desearía anunciar lo que el pecado quiere oír. Pero tienes delante la Palabra de Dios, el magisterio de la Iglesia y tienes que decir lo que tienes que decir, no lo que gustaría escuchar. En ocasiones se pasa mal, uno prefiere el aplauso fácil a la controversia, pero no anunciamos nuestro mensaje.

“En aquel tiempo, entró Jesús en el templo y se puso a echar a los vendedores, diciéndoles: -«Escrito está: “Mi casa es casa de oración”; pero vosotros la habéis convertido en una “cueva de bandidos.”» Todos los días enseñaba en el templo.” Sin duda las noticias que más me duelen son las que se refieren al pecado en la Iglesia. Me gustaría que no fuese así, aunque viendo mi vida comprendo perfectamente que la debilidad muchas veces venza. Pero el Señor no deja de ir al Templo, no deja de asistir a su Iglesia. Hoy en día escuchamos muchas veces los pecados de los eclesiásticos y las incoherencias de los cristianos. Es cierto que no se alardea de todo lo bueno que ocurre cada día en la Iglesia, de la bondad que, cada día me doy más cuenta, Dios derrama en el mundo. Una mancha llama mucho más la atención. Pero nuestros pecados no tienen que hacer que rebajemos las exigencias del Evangelio. Son las exigencias del amor y nunca podremos decir que ya amamos bastante. En ocasiones nos tentará la idea de hacer la iglesia de los perfectos, pero Dios ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido.

Muchas veces nos atacarán con los pecados de los católicos, pero eso no debe llevarnos a intentar rebajar el mensaje de Cristo. Son tiempos de aferrarnos a la Virgen y pedirle siempre, y en todo, fidelidad al don recibido, que es muy grande.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid