San Mateo 3, 13-17:
El bautismo del Señor
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

 

La economía de la Iglesia es sacramental. Un sacramento es un signo sensible que comunica la gracia. Por eso se dice que es eficaz. Lo que se representa exteriormente supone una verdadera transformación interior. La fuerza del sacramento proviene de que es Jesucristo el que actúa en ellos. En este sentido el bautismo de Juan no era eficaz sino dispositivo. Preparaba la conversión pero no tenía capacidad para transformar interiormente. No regeneraba.

Los Padres de la Iglesia se preguntan con frecuencia la razón por la que Jesús, no siendo pecador, pidió ser bautizado. Señalan dos motivos fundamentales. Por una parte Jesús muestra la realidad de la encarnación y se une al hombre hasta el punto de confundirse con las multitudes. Se rebaja a ser confundido entre los que han de ser salvados. Por otra parte, insisten en señalar que Jesús, con su acción, lo que hace es santificar las aguas. Si nos fijamos en el texto esto se nos muestra claramente. Juan cumple con el rito, pero para que no haya confusión, en cuanto Jesús sale de las aguas se da una teofanía. En ella se nos muestra la Trinidad. Está el Hijo, la voz del Padre y la figura del Espíritu Santo en forma de paloma.

Dice Teodoro de Mopsuestia refiriéndose a esta figura: “Bajo la forma de una paloma manifiesta el Espíritu Santo su ternura y su amor al hombre y el hecho de que, aun desatendido frecuentemente por nosotros, se mantiene sin embargo en nosotros y nos hace favores por su bondad”.

Jesús manifiesta su cercanía al hombre, mostrando en el bautismo que no teme acercarse a los pecadores y acompañarlos hasta lo más profundo de sí mismos, y el Padre insiste en la predilección por su Hijo. Es decir, como la Trinidad es un solo Dios, el Padre nos ama en su Hijo, y en la figura de la paloma vemos los dones que nos van a ser dados a trabes de Jesucristo. A ello se refiere el apóstol Pedro en la segunda lectura al decir: “ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él”. San Pablo lo expresará más sintéticamente al señalar: “De su plenitud todos hemos recibido”.

Jesús es el Hijo amado en quien el Padre nos ama a nosotros. Ese amor se manifiesta en una elección a través del “predilecto”. Y comporta el que seamos transformados interiormente, acción que, a través de Jesucristo, es obrada por el Espíritu Santo. Así se nos muestra en la fiesta de hoy como el Hijo, para salvar a los hombres, asume él mismo la misión de siervo (como señala Isaías). Ahí descubrimos una nueva hondura del amor de Dios. Nos podía redimir de muchas maneras pero elige hacerlo a través de sí mismo. La humanidad de Jesús es el primer sacramento. A través de ella se nos comunica la vida divina. Después esa acción la realizará la Iglesia a través de los siete sacramentos. El primero que recibimos es el bautismo, por el que morimos y resucitamos con Jesucristo, y que hoy vemos prefigurado en el entrar y salir en las aguas del Jordán.

Hoy es un buen día para meditar y agradecer el gran don de la filiación divina que se nos ha concedido, y la infinita misericordia de Dios en el modo de concederlo.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid