San Marcos 1, 40-45:
Animarse mutuamente
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

 

Leemos en la carta a los Hebreos: “animaos los unos a los otros mientras dure este hoy”. Como relata el texto y se recoge también en el salmo, ese·“hoy” se refiere al hecho de escuchar la voz del Señor. Hemos salido recientemente del tiempo de Navidad. Con sus ambigüedades sociales, son días en los que fácilmente resuena en nosotros la noticia de Dios (decoraciones, cantos, celebraciones…). En el tiempo ordinario se diluye la intensidad del anuncio, al menos en su porte exterior. Y ahí nos resuenan estas palabras de la carta a los Hebreos “animaos los unos a los otros”.

Existen muchas maneras de animarse en el camino de la fe. En los tiempos actuales cobran especial fuerza los grupos y movimientos. En ellos no descubrimos sólo un nuevo impulso evangelizador sino también un sostenerse juntos en la fe. De diferentes maneras vemos como se ayudan a conservar en el corazón de cada uno el gran impacto que supuso el encuentro con Jesucristo y a comprenderlo cada vez mejor.

El relato del Antiguo Testamento a que alude la carta a los Hebreos y el salmo, recuerda aquel momento en que el pueblo de Israel, que empezaba a sentir el peso de la larga travesía por el desierto, dudó de la voz del Dios. Como dicen los textos “se les endureció el corazón”. A pesar de que habían visto muchas obras de Dios a favor de ellos, eligieron la rebelión.

La carta a los Hebreos presenta el “animarse” los unos a los otros como un antídoto contra el endurecimiento. La soledad conduce a la tristeza. Recuerdo esa gran película, El séptimo sello, de Bergmang, en la que un caballero vive angustiado pensando en la muerte y deseando poder conocer que se esconde tras ella. En su peregrinar un día topa con una familia de comediantes que le invitan a compartir con ellos leche recien ordeñada y fresas silvestres. En el amor puro de aquella familia y en su gratuidad descubre aquel caballero la belleza de la vida. De hecho, es lo que le saca de su endurecimiento y le permite afrontar de otra manera la muerte inevitable.

La comunión nos aparta del endurecimiento. Profunda enseñanza la de estos textos. Por eso cuando nos apartamos de la comunión eclesial nuestro interior se vuelve amargo, porque las certezas también se debilitan y, entonces, hemos de reconstruirlas nosotros solos o imaginarlas.

Fijémosnos lo que dice el final de la carta que hoy leemos: “somos partícipes de Cristo si conservamos firme hasta el final el temple primitivo de nuestra fe”. Pero para conservar esa fe, lo sabemos, necesitamos del cuidado de otros: de la Iglesia. Allí se nos muestra la gran compañía que Dios hace al hombre, sosteniéndolo continuamente con su gracia.

Por otra parte el evangelio de hoy nos muestra, una vez más, el dinamismo de ese encuentro de Cristo con nosotros. Un leproso se acerca al Señor y, desde la humildad, reconoce que el Señor puede cambiarlo. Cristo lo hace, purificándolo. Ahí vemos como para todos nosotros existe esa posibilidad de acercarnos a Cristo para ser limpiados de nuestra lepra, que puede estar constituida por prejuicios, por tibiezas o por deformaciones de muchas clases. Nada importa si tenemos la sencillez de postrarnos ante el Señor para ser curados por Él.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid