San Marcos 3, 13-19:
Alianza nueva
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

 

Heb 8,6-13; Sal 84; Mc 3,13-19

Y el pasaje del evangelio de Marcos que hoy leemos nos dice los nombres de aquellos con quieres estableció su alianza nueva. Los Doce. Las nuevas doce tribus que constituirán el nuevo pueblo de la nueva alianza. No al albur de una sucesión de padres e hijos que traen y llevan la misma sangre, lo cual es poderoso y sugestivo, sino en el designio personal de aquellos a quienes ha llamado por su nombre y les ha dicho: Sígueme. Nosotros también. Llamados por nuestro nombre. Llamados en nuestra vida. De manera personal: Tu fe te ha salvado. De persona a persona. Elegidos en el designio de Dios para que, en la libertad personal de cada uno de nosotros, le sigamos. Venid y ved. Y fueron y le siguieron aquel día. Para siempre.

Mediador de una alianza nueva, basada en promesas mejores. Las promesas de la Eucaristía. Para que nuestra vida, en su materialidad, sea eucarística; sacramentalidad de nuestra carne también. Una alianza mucho más perfecta que la primera. Ya no necesitamos mirar a aquel futuro que se nos señala pero que no llega y nunca terminará de arribar, excepto en el momento en el que se llenen de tendones y de carne los huesos que se desparraman en el valle de Josafat. Porque el futuro se ha hecho presente entre nosotros, en nosotros, para siempre. ¿Seremos también nosotros infieles a esta nueva alianza? ¿Seremos nosotros mejores de lo que fueron nuestros antiguos padres del antiguo testamento? Se cumplirá en nosotros lo que estaba anunciado: Pondré mis leyes en su mente y las escribiré en sus corazones, yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Sí, sí, pero ¿por qué íbamos nosotros a ser mejores de lo que fueron ellos? Porque no es nuestra sangre, la sangre de nuestra etnia de descendientes de Abrahán, la que nos ofrecerá la continuidad del seguimiento, sino que será la materialidad de nuestra carne que se hace sacramento eucarístico cuando come y bebe la misma materialidad del pan y del vino consagrados en el sacrifico de la cruz, que es el quicio mismo de la nueva alianza. Porque el Señor de este modo ha mostrado su misericordia con nosotros para siempre, quedándose en la pequeñez del pan y del vino que guardamos en el sagrario. Apenas nada. Es verdad. Pero, qué diferencia tan sorprendente. Ese pan y ese vino, convierten la materialidad de lo que somos en la plenitud de la carne, que, de este modo, se hace también carne eucarística. ¿Cómo, te dirás con razón, si es también carne pecadora? Por eso en cada celebración pedimos al Señor que no tenga en cuanta nuestros pecados, sino la fe de su Iglesia. La fe de los Doce. Porque la trabazón que nos une es no la sangre de la descendencia de Abrahán, sino la confianza segura de quienes, en medio de sus infidelidades, ponen su fe en el Señor Jesús en el centro y motor de sus vidas, escuchando el ‘sígueme’.

Débiles somos, pero elegidos por Dios para confundir a los fuertes de este mundo. Porque participamos de la carne de los mártires, del sacramento de su carne, en todo igual a la nuestra. En todo igual a la de Jesús, el Cristo. Por eso, una y otra vez pedimos al Señor que nos conceda la gracia de vivir encendidos en el fuego de su amor, como viven sus mártires, quienes dan testimonio pleno de su seguimiento. Quienes viven, en su sacrificio, la plenitud de su carne; carne santificada.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid