San Marcos 6, 14-29:
“Pídeme lo que quieras que te lo doy”
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

 

Hoy se acaba el plazo para que las empresas presentes su oferta para la construcción de la parroquia. El lunes (D.m.) abriremos los sobres y nos llevaremos el susto. Algunas empresas se pasan a verme y me cuentan las maravillas de sus construcciones. hacen bien, tienen que venderse: profesionalidad, cercanía, rapidez, economía… cada uno me resalta distintas bondades de su actuación. Gracias a Dios ninguno a venido a sobornarme pues hubiera quedado fuera del concurso. Pero saben que eso no vale, nuestra ilusión es construir la parroquia y poder pagarla. Ni ellos pueden darme nada a mí más que un buen precio y calidad, ni yo puedo aceptar nada de ellos pues no estoy haciendo algo para mi lucimiento personal, ni tan siquiera nada mio.

“La hija de Herodías entró y danzó, gustando mucho a Herodes y a los convidados. El rey le dijo a la joven: -«Pídeme lo que quieras, que te lo doy.» Y le juró: -«Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino.» Ella salió a preguntarle a su madre: -«¿Qué le pido?» La madre le contestó: -«La cabeza de Juan, el Bautista.» Entró ella en seguida, a toda prisa, se acercó al rey y le pidió: -«Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan, el Bautista.»” Quitando de en medio a la hija de Herodías y la bruja de su madre, nos fijamos hoy en Herodes. Herodes promete lo que no puede prometer: “Lo que quieras”. Estaba tan lleno de sí mismo y vivía tan hacia lo exterior que se creía que su voluntad era ley, más que eso, conformaba la realidad. Por eso aunque le piden algo de lo que no es dueño -la vida del Bautista-, se la apropia y la regala.

En ocasiones nosotros también somos un poco Herodes. Le decimos a Dios, por ejemplo: “Te voy a dar parte de mi tiempo”… ¿pero eres tú el dueño de tu tiempo? ¿Te has dado tu la vida y has decidido su duración? Nuestro tiempo es de Dios que nos lo regala ¿cómo vamos a negárselo?  Y a veces hacemos lo mismo con nuestra salud, con nuestro genio, con nuestras cosas… nos creemos dueños absolutos de todo y poder usarlo o tirarlo a nuestro antojo.

Por esto nos viene muy bien la recomendación del la carta a los Hebreos: “Vivid sin ansía de dinero, contentándoos con lo que tengáis, pues él mismo dijo: «Nunca te dejaré ni te abandonaré»; así tendremos valor para decir: «El Señor es mi auxilio: nada temo; ¿qué podrá hacerme el hombre?»” Y no sólo limitándolo a lo material. De las oportunidades que me ha dado Dios es ser actualmente capellán de dos centros de reclusión de menores y, cuando voy para allá a las cuatro menos cuarto de la tarde, echando de menos una buena siesta, me acuerdo muchas veces de las obras de misericordia… y me espabilo. No voy a darles “lo mío”, voy a llevarles a Dios… o es Dios quién me lleva. Y mil veces me tengo que acordar de las obras de misericordia en el despacho parroquial, cuando me viene mal que venga gente y se forma una cola, o cuando me siento en el confesionario con más ganas de rezar la liturgia de las horas que de confesar… y vienen unos cuantos. Entonces: Obras de misericordia al canto. No puedo darles nada de lo mío -que no tengo nada-, ni vienen a pedírmelo. Vienen buscando a Dios y su misericordia y eso no lo puedo negar, pues lo he recibido gratis y no es mío.

Vendría bien hoy repasar las obras de misericordia  y delante de una imagen de nuestra madre la Virgen hacer un buen examen de conciencia. Si estás dando como fruto de tu bondad lo que no es tuyo… mal asunto. Pero seguro que descubres todo lo que Dios ha puesto en tus manos y le das muchas gracias, y te das mucho más. Entonces, cuando alguien te pida algo, dirás “Pídeme lo que quieras que te lo doy”, pues sólo tengo a Cristo, que lo es todo, que es mismo ayer y hoy y siempre.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid