San Marcos 9, 2-13:
Volver al valle
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

 

Es frecuente entre los practicantes de Ejercicios Espirituales o los que asisten a un retiro una reacción semejante a la de Pedro: “¡Qué bien se está aquí!” Y esa exclamación va acompañada del deseo de quedarse y un cierto pesar por tener que volver a la vida diaria. En la montaña se está bien, pero nuestra vida, por lo general, transcurre en el llano. Y es allí donde Dios nos quiere. Tremenda lección la del evangelio de hoy.

Jesús se transfigura, es decir, el cielo baja a la tierra y se da un signo anticipado de la resurrección. Sucede en lo alto de una montaña. Este hecho, interpreta Gregorio Palamas, debe entenderse como un signo de la oración. Es por la oración como el hombre es elevado a la contemplación del rostro transfigurado de Jesús. Por extensión, en la oración se nos concede ver toda nuestra vida y los acontecimientos de la historia de otra manera. A veces la gente pregunta si oímos a Dios cuando rezamos. La experiencia indica, todos lo sabemos, que en la oración vemos las cosas de otra manera. Puede ser un afecto, una inspiración o simplemente se hace la luz sobre algo que no veíamos claro. Quien hace oración lo experimenta. Cabe decir que, muchos días igual no sentimos nada en especial pero, en el diálogo que mantenemos de manera continua (día tras día) con el Señor sí que vamos oyendo su palabra y conociendo su voluntad.

Démonos cuenta también de que los mismos que lo acompañan en el Tabor estarán con Él en el huerto de los Olivos. ¡Qué rostro tan distinto tendrá entonces el Señor! Ahora aparece resplandeciente; entonces estará sumido en la angustia y el sudor, y las lágrimas lo afearán. Por eso Jesús los llevó con Él, para que pudieran estar preparados para soportar el amargo trago de la pasión.

Marcos dice que los vestidos de Jesús se volvieron de un blanco resplandeciente. Es un signo claro de que quien sigue la vida espiritual necesita de la luz de Cristo del mismo modo que el hombre que sólo sigue la sensualidad precisa de la luz del sol.

En ese éxtasis contemplativo Pedro lanza su petición. Quiere quedarse allí porque se está bien. Anticipa lo que será la sensación de los santos en el cielo. Hay quien piensa que la vida eterna será aburrida. Si se medita este texto, se verá que en el cielo los santos están con este mismo deseo de Pedro: no moverse de allí, sino permanecer para siempre, pero en los santos ese deseo se cumple. La petición de Pedro es contestada. Una voz desde la nube grita: Éste es mi Hijo amado, escuchadlo. La nube indica la fe. Al resplandor de la transfiguración sigue la nube de la fe, porque no caminamos en este mundo según la visión, sino confiados en la palabra del Señor. Cuando esto está claro se puede bajar al valle, se puede volver a casa después de unos Ejercicios Espirituales o volver a afrontar el mundo cuando salimos de hacer oración ante el sagrario. Lo mismo vale para el sentimiento de gozo que acompaña la celebración de la Misa.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid