San Marcos 12,13-17:
¿Y dónde están tus obra de caridad?
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

 

Tob 2,9-14; Sal 111; Mc 12,13-17

Porque Tobit era persona caritativa y corría a socorrer al necesitado. Pero, como en Job, las inclemencias de la suerte se ceban en él y queda ciego. Ciego y pobre, pues su mujer Ana debe ponerse a hacer labores para ganar dinero. ¿Recibirá él la ayuda que siempre dio a los menesterosos? Sí, alguien regala a su mujer un cabrito, además de pagarle su labor. Pero Tobit es suspicaz ante esto y piensa que su mujer ha cometido una infamia, robándolo. ¿Qué pasa?, ¿no concibe que los demás puedan ayudar a quien tiene menester, es decir, él ahora? Es un israelita practicante y que cumple, lo vemos, todos los ritos de purificación. Tiene la suerte inmensa de que todos se apiadan de él. ¿Qué?, ¿no puede aceptar ser un menesteroso también él, o piensa que solo él es cumplidor de las obras de misericordia?; quizá su relación con el Señor ha quedado dañada visto el cúmulo de situaciones inextricables que le llevan a la ceguera total. Por parte de Ana hay un reproche claro, aunque no nos queda claro en la lectura la causa de él. ¿Para qué te han servido tantas obras de misericordia, cuando te ves ahora en esta situación tan lastimosa, en la cual, para colmo, no quieres ser tú el menesteroso y quedar en la mano de quines, como tú antes, practican su misericordia?

Pero, canta el salmo, el corazón del justo está firme en el Señor. Pase lo que pase, sea la que fuere la situación que llegue en su vida. No temerá las malas noticias. Confía en la misericordia de su Señor. Sabe que siempre le llegará; que nunca le abandonará de su mano.

Jesús parece ir por sus propios fueros. No alcanzo a ver de qué manera podremos leer aquí Tobit a la luz de Marcos, o viceversa. Mas ahí tenemos sus palabras en la escuetez de un apotegma: Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios. Con brevedad tan inteligente como soberana. Se nos suele olvidar que Jesús es alguien profundamente perspicaz y sutil. Sabe salir de las encerronas en que le quieren meter las autoridades —enviaron fariseos y partidarios de Herodes, ¿quiénes?, sin duda, los que quieren  ser los mandamases de las cosas de su Dios—, y lo hace con clarividencia soberana. Se acercan sibilinamente llamándolo Maestro. ¿Os fijáis cómo reacciona Jesús casi con violencia a quien le viene con esas, como si adivinara que tras esa titulación pomposa se esconde un cúmulo de viscosas intenciones? Los que se acercan a él para engancharle en la pregunta son untuosos, lamedores, sibilinos, llenos de malos deseos; sabemos que eres bueno… Recordad la respuesta inmediata que da al joven rico. ¿Por qué me llamas así?, solo Dios es bueno. Y haced memoria de la melancolía con que le mirará al final, cuando no le sigue: porque era muy rico. Aquí es distinto, aquel joven no venía con malas intenciones, pero sí los de hoy.

¿Por qué intentáis cogerme? Es un lamento soberano. ¿Tan mal comprendéis las cosas de Dios? ¿Cómo estáis tan exclusivamente a vuestra bola? Corazones cerrados y empedernidos. Os hacéis con la voluntad soberana de Dios. A ver, traedme un denario. Ya han caído en la trampa, pues era su moneda corriente, la garantizada por los romanos, la que llevaban en sus faltriqueras, con las que hacían sus negocios. ¿Es del César esa imagen? Así pues, la respuesta es obvia.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid