San Juan 14, 15-21:
La palabra de Dios iba cundiendo
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

 

Hch 6,1-7; Sal 22; 1Pe 2,4-9; Ju 14,1-12

En los primeros días de la Iglesia, los Doce tomaron varias decisiones que la marcaron para siempre. Esta es una de ellas. Crece el número, deben implementarse nuevas soluciones a nuevos problemas. No nos parece bien descuidar la palabra de Dios para ocuparnos de la administración. Habrá, pues, quien ocupará el puesto de Marta, la hacendosa. Hay que atender a las viudas y a quienes lo necesite. Olvidarlo sería extraviar lo que la misma Iglesia debe ser y hacer. Los nuevos diáconos tendrán esa tarea. Habrá, por tanto, quienes se dediquen al servicio. Pero en el servicio no se termina todo. Recordemos a María. Nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la palabra. Asombra la nitidez con la que Hechos plantea el problema y refiere su solución. Se deslindan campos en la actividad de la Iglesia. Sin la dedicación de los Doce no hay Iglesia de Dios: oración y ministerio de la palabra. Ahí está la fuente de su ser. Para otros, elegidos con ese fin, servicio a los menesterosos y administración, como dice el texto.

Todo ello se nos da en el camino al Padre, en el cual encontramos la libertad verdadera. No es, por tanto, una ocurrencia sabia del momento, que toman los Doce ante la premura de los trabajos. Es seguimiento de Jesús, quien ha ido a prepararnos muchas estancias, pues cada uno tenemos nuestro trabajo en ese seguimiento. No somos robots igualados. Seguimos nuestra vocación, la llamada del Señor, quien es el camino, la verdad y la vida. Mirándole a él, encontramos nuestro hacer. La Iglesia naciente encuentra en él el camino a seguir, pues no ha sido abandonada a su buena suerte: el Señor está con ella, y el Espíritu le sugiere modos y caminos nuevos, sabiendo que en ellos encuentra la verdad, no la suya, sino la del Señor. La vida se le da caminando en el Señor. Estos son los procedimientos mediante los que vamos viendo al Padre a través del Señor Jesús a quien seguimos, el cual nos envía su Espíritu para que descubramos nuevos modos de caminar, es decir, de evangelizar. También a nosotros se nos ofrece el buscar nuevas maneras de evangelizar. No podemos quedarnos anclados en lo que fue, y, seguramente, fue bien. Debemos recorrer nuevos caminos en el Señor, que nos donen su verdad y hagan fuerte una vida, la nuestra, que es suya. El Señor Jesús se nos va al Padre, pero envía su Espíritu, el Espíritu del Padre, para que nos haga imaginar modos distintos de evangelizar. Con el servicio, con la oración, con la palabra, con la invención de nuevos caminos de acción y de diálogo, para que también la palabra de Dios cunda entre nosotros. Si nos quedamos encerrados en lo que tuvimos, ya hemos muerto a la Palabra; la Iglesia no sería sino un ser canijo, refugio de sacristanes encerrados en sus sacristías. ¡Dios nos libre!

Somos piedras vivas con las que se construye el templo del Espíritu. La piedra viva desechada por los arquitectos se ha convertido ahora en piedra angular, pero jamás podremos olvidar nuestra parte en la construcción. Todo pende de nosotros, aunque depende del Espíritu que se insinúa en nosotros para hacer de nosotros su templo. El nuestro es también un sacerdocio sagrado que cree en su palabra. Raza elegida, nación consagrada, pueblo elegido por Dios. El Señor deja enorme cancha a nuestra acción y a nuestra oración para que la Palabra sea hoy también predicada a todas las naciones.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid