SOLEMNIDAD. SAN JOSE, ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA
El bendito San José
Padre Pedrojosé Ynaraja
Vosotros sabéis, mis queridos jóvenes lectores, lo importante que es para el que debe llevar
a cabo un proyecto importante, una misión imprescindible, de la que depende el bienestar
de muchos, disponer de un secretario particular, de un guardaespaldas, de un asesor. Si un
tal papel es indispensable para un político en ciernes o para un empresario que quiere
prosperar, para Dios, que ha proyectado que la gran hazaña de salvar a la humanidad, la
inicie una jovencita, ingenua, piadosa y decidida, lo era mucho más que se viera protegida
por un acompañante fiel y capacitado para ello. Eso fue José, el hombre a la sombra, que
permit ió que a la Virgen no le pasara nada malo, ni que fuera víctima de molesta
incomunicación, ni de maledicencias, ni sufriese agobios. Lo cumplió con celo y lealtad, aquí
radica su discreta grandeza.
Una vez cumplida su misión fundamental, murió, al parecer de la historia civil, en completo
anonimato. Por Nazaret, muy cerquita de donde vivió su esposa de soltera o de donde ellos
dos y el Niño, pasaron unos cuantos años juntos, hay un sepulcro que recibe el nombre del
Justo, o también la tumba luminosa. No se sabe ciertamente quien fue sepultado en ella,
pero se dice que lo fue San José y uno, pese a no estar seguro, la visita con reverencia.
Era un hombre justo ¿qué más necesitaba Dios? Se le pidió esta virtud y la ejerció. Hoy en
día se diría que se realizó, sin que tuviera que calcular si su acepción de lo que se le
propuso en sueños, le aseguraba brillantes salidas profesionales. En la Eternidad, con
seguridad, no es un cualquiera. Nos toca hoy aprender de él, y hasta si sentís admiración,
invocarle.
Padre Pedrojosé Ynaraja