Primer Domingo de Cuaresma 13 de Marzo de 2011
“El Espíritu condujo a Jesús al desierto”
Según esta afirmación de san Mateo podemos decir que el protagonismo en este
pasaje de las tentaciones lo tiene el Espíritu. No es que Jesús no tenga un lugar
preeminente, sino que, como en toda su vida, el Espíritu está siempre muy
presente.
Esta observación no conviene pasarla de largo porque en la Cuaresma, que
ahora comenzamos nos hacemos los protagonistas por aquello de que entramos
en un tiempo fuerte de conversión. Ciertamente no hay que olvidarlo, pero es el
Espíritu quien nos introduce en esta renovación y hay que ser muy dóciles al
mismo para que al llegar a la Pascua sintamos que una ráfaga de viento nuevo
ha sacudido nuestra vida.
Las tres tentaciones de Jesús intentan desviarle del verdadero sentido de su vida
y de su misión. El las vence dejándose llevar del Espíritu y centrando lo
fundamental del su vida en la Palabra de Dios, en un Dios no mágico y
milagrero, sino Padre amoroso, y en saber que el poder no está en el tener sino
en el ser y compartir. Este combate contra Satanás nos hace descubrir en Jesús
su inteligencia de la palabra de Dios y lo absoluto de su confianza: el hombre
vive de Dios, el hombre no pone a prueba el poder de Dios, el hombre no adora
más que a Dios.
La Cuaresma es un tiempo en el que nos esforzamos por cuidar más nuestra
comunicación con Dios, la escucha del Evangelio y la conversión a Cristo. Es un
tiempo de renovación que nos llevará a vivir la Pascua resucitando a una vida
nueva. Tiempo de estar más abiertos al Padre, más cercanos a Jesús, más
confiados en el Espíritu, más solidarios con los hermanos.
Las tentaciones de Jesús son las tentaciones de cualquier hombre normal. La
respuesta de Jesús es clara: Alimentarse sólo de las cosas de la tierra no lleva a
la felicidad. El hombre no se puede contentar con este alimento. Si lo hace
tendrá siempre hambre insaciable, será víctima del consumismo. El hombre no
está hecho para poner a Dios a prueba. Lo que importa es vivir en comunión con
Dios con espíritu filial, y en confianza absoluta en Él. El hombre no está hecho
para adorar a nadie que no sea Dios. Lo contrario esclaviza, degrada y genera
una convivencia de enfrentamiento y agresividad.
El ayuno, la oración y la limosna, medios tradicionales en Cuaresma, no han
perdido su valor. Ayunar no es solo comer menos, sino liberarnos de aquello que
nos impide ser dueños de nosotros mismos para disfrutar de una vida sana y
humana. Quien vive de forma sobria, mantiene una libertad crítica frente a los
reclamos del consumismo alocado. Se hace más sensible hacia quienes sufren
necesidad y más disponible para la ayuda solidaria. De aquí que la limosna tiene
un sentido de compartir lo que tenemos y sobre todo lo que nos sobra. La
oración, siempre alma de la vida cristiana, en Cuaresma recobra un relieve
especial porque nos abre a la acción del Espíritu. No se trata de rezar más, sino
de adentrarse en el desierto, en el silencio y la soledad guiados por el Espíritu
que es luz, fortaleza y amor indispensable para una verdadera comunicación con
Dios que es la verdadera oración.
Se nos invita a la conversión, orientación nueva de toda nuestra vida, cambio de
rumbo que necesitamos para vivir de manera más plena, sana y gratificante
para ser personas renacidas en la Pascua hacia la que caminamos en el itinerario
cuaresmal. Por eso la Cuaresma no tiene por qué ser un tiempo triste y sombrio,
sino alegre y confiado, porque caminamos atraídos por la fuerza del Señor
Resucitado.
Joaquin Obando Carvajal